jueves, 23 de junio de 2016

Dejé de escribir porque dejé de amar. Sí, hubiese sido un hermoso disparador para mis sesiones de terapia. Es verdad; después de esos últimos textos catárticos no hubo más que palabras inconclusas, laberintos que no me llevaban a ningún lugar. Ni siquiera pude explotar la angustia que se había vuelto tan física: el vacío, el llanto en el colectivo, la música depresiva (que no era consecuencia sino condición). 
Ayer me dijeron que soy novelesca, que no todo se trata de amar y que busco continuamente poner el sentimiento en el medio. Me dejaron pensando. Nadie me pidió que dejase de sentir cuando escribía; hoy no dudo que es eso lo que divide a quienes dicen de quienes no: qué difícil es encontrarle lenguaje al sentimiento. A veces pareciera que entre el "te quiero coger" y el "te amo" no hay ningún matiz; tendemos a simplificar lo que nos pasa en una expresión —una sola—  y por eso, a veces, el "me pasa esto" nos cuesta tanto. Porque de alguna forma nos convencieron de que el amor se construye para todos de la misma manera, con los mismos tiempos, con la misma intensidad. Te quiero contar que no. El amor es, justamente, una construcción y como todo hecho que intenta explicarse a través del lenguaje, lo materializamos de manera individual. 
No quiero escribir por mí, no quiero hacerle justicia a lo que siento; quiero pedirte a vos, que alguna vez te identificaste, que produzcas con lo que te pasa. Una canción, una foto, un video, un texto, una charla; no importa. Hacé. Morite de miedo si hace falta, pero entendé que nadie más que vos puede hacer algo por lo que a vos te pasa. Entregate al riesgo de que el otro sepa, la caída es hermosa incluso si te hacés mierda contra el piso. Creeme, yo sé lo que te digo. 

B.


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