jueves, 23 de abril de 2015

El lado b

Nunca pensé que la angustia pudiese ser física, fue lo único que dije. Por unos minutos me quedé en silencio, mirándola, mientras sentía cómo los ojos se me llenaban de lágrimas otra vez. Últimamente lloro con retraso: los ojos se me llenan de agua y se quedan así un buen rato, nublándome la vista, hasta que varios minutos después caen las lágrimas, pocas, siempre primero del ojo derecho y después del otro. Es como un rito. Me da mucha vergüenza llorar adelante de otras personas, por eso también me tapo la cara, me limpio rápido las lágrimas, busco la mejor manera de disimular los ojos acuosos. Cuando volví a hablar, dije que era absolutamente cliché lo que iba a decir, pero que sentía un vacío; un vacío horrible, que de pronto me faltaba algo; que no tenía sentido porque yo había quedado contenta con el resultado de la charla y que, sin embargo, cuando me dejó en mi casa me largué a llorar desconsoladamente. Ella me dejó hablar, me permitió recrear la conversación con un lujo de detalle casi enfermizo, se sorprendió de mí y de él, de la charla adulta que habíamos tenido. Sólo entonces, una vez que no hubo nada más para decir, que por fin pude quedarme en silencio, me preguntó si en serio creía que ese vacío era angustia. Recapitulamos. No, no era angustia. Era el vacío que uno siente cuando deja ir, cuando suelta algo que lo carga, cuando—como me dijo Juan el lunes—perdés una mochila que cargaste por mucho tiempo. Ese espacio sin nada que por momentos me hacía llorar era la pérdida, pero una pérdida en el buen sentido, un aprender a soltar.
Desvié la vista hacia la biblioteca llena de libros de psicoanálisis que tiene al lado de su sillón blanco. "Mi mamá quiere convencerme de que nos dejemos de ver, por mí, dice. No puedo. ¿Sabés lo que me pasa? El amor es una mierda porque es egoísta. Creo que se lo dije, o lo escribí, no sé. Tampoco estoy segura de que haya entendido lo que quise decir. Me angustio porque a veces siento que siempre está adelante mío en el orden de mis propias prioridades; pero eso me hace bien a mí, no se trata de que él sea más feliz o esté contento, se trata de que yo esté en paz, de hacer algo que indirectamente me haga bien. No sé, es contradictorio, pero en mi cabeza tiene mucho sentido. No puedo dejar de verlo porque me de todo lo mal que la paso valoro lo bueno y es ahí donde gana. Donde yo gano, donde yo estoy bien." Ana se quedó en silencio. Me miró, sonrió, y después de unos segundos dijo: "Es muy linda la descripción del amor que acabás de hacer, sobre todo porque hay dos personas. Porque no intentás desdibujar un otro, forzar ese uno que tanto buscan las personas a veces. Ahí es cuando aparecen los problemas, el si no sos vos no es nadie." En un momento citó a Peirce. La entendí solamente porque había tenido que leer ese texto para Semiología. El amor como terceridad, como algo más allá de esos dos sujetos que se ponen en relación, como algo sano. Para mí, hasta entonces, la única representación de esa imagen era Hitchcock. Ahora tenía una mucho más personal y propia. Y era, sin embargo, lo mismo que había dicho él hablando de su propia experiencia "el problema es cuando lo querés para vos". Ese era el "si no sos vos no es nadie" del que hablaba mi psicóloga. 
Volví a cerrar los ojos, un poco orgullosa de nosotros. En dos charlas sentí que habíamos crecido un montón.


B.

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