jueves, 9 de abril de 2015

Cuando un nombre propio se vuelve sinónimo de una mala palabra.

¿En qué momento las risas se vuelven comentarios irónicos?
¿Qué tan rápido disfrazamos el dolor?
¿Cuánto tiempo nos lleva odiar a una persona que queríamos?
¿Odiamos?
¿Es esa la expresión?
¿Por qué será que duele más cuando nos desilusiona alguien que valorábamos?
¿Será el factor sorpresa?
¿Será la consumación de la equivocación propia, aquella en la que quisimos a alguien que ya no vale la pena?
¿En qué momento deja de doler?
¿Cómo algo se vuelve irrecuperable?
¿Cuánto han de quebrarse las cosas para no poder juntarlas? 
¿Qué papel juega el silencio?
¿El tiempo tiene algún protagonismo?
¿Por qué nos da satisfacción saber antes que nadie que nos mintieron?
¿Por qué las razones del otro pueden volverse inútiles?
¿Por qué escuchamos sin comprender?
¿En qué momento el dolor es bronca, y la bronca ironía?
¿Cuánto falta para que la ironía de transforme y dé lugar a la calma de la indiferencia?
¿Por qué hiere tanto más el daño de alguien que queríamos?
¿Por qué la tristeza tiñe todo de gris?
¿Por qué no se puede sufrir en voz alta?
¿En qué momento se disuelven los recuerdos felices?
¿Cómo se desconoce a una persona que conocíamos?
Y lo más importante,
¿por qué en algún momento esperamos otra actitud de su parte?



¿por qué no nos sorprende?
B.


200 entradas (textos) de mierda, para el bolsillo del caballero
y la cartera de la dama.

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