jueves, 4 de diciembre de 2014

Escena 382

Recién entonces fue plenamente consciente del silencio incómodo que se produce luego de que alguien sea muy sincero. Antes de hablar otra vez, miró al cielo que ya comenzaba a cambiar de color. Si hay algo lindo del verano, son sus noches; que son, también, lo que menos dura. Cerró los ojos mientras el viento le agitaba algunos mechones de pelo. Concentró el oído en el ruido de la respiración de él, que seguía callado. Todavía latía en sus retinas la expresión dura que había adoptado mientras hablaba. Cuando reabrió los ojos, se encontró con el perfil de su rostro, con la mirada en el horizonte, esquiva. Sabía que estaba haciendo un esfuerzo, que buscaba la forma de hacerle el menor daño posible. Cuando por fin gira la cabeza para mirarla, cuando posa la mano izquierda en su rodilla antes de hablar como tantas otras veces; ella supo, en silencio supo, que las fotos que ahora descansaban invisibles en su cámara, una vez reveladas y copiadas tendrían otro valor; que cualquier cosa que él ahora pudiera alegar ya no tenía importancia; que a veces es mejor cerrar la puerta e irse primero, elegir ser cobarde resignar, antes que seguir interpretando el papel pasivo donde es sólo hasta donde él quiere que sea. Y sabe, sin embargo, que cuando eso fue el mundo, también era una decisión. Pensó en la resignificación de las cosas, en como algo tan cotidiano como una foto adopta un valor determinado una vez teñido de color de los finales tristes.
Entonces posó la mano sobre la suya y antes de que pudiera decir algo, le dio un beso, un beso con sabor a nunca más, de esos que se graban y duelen no por lo que son, sino por lo que significan. De esos besos que no pretenden ser la antesala de otra cosa, la excusa silenciosa para sacarse la ropa, para acabar, para desdibujar al otro ahí donde sólo importa lo que a uno le pasa. La humedad de los cuerpos, la fragilidad de las almas. Como si acaso pudiera establecer algún tipo de distancia entre aquello que le pasa en la piel y lo que ama. La respiración entrecortada debajo de su cuerpo, al oído un te quiero. Entrecortado todo, las respiraciones, el amor y el placer. Lo indisociable que le resulta el sexo del sentimiento con algunas personas. Pero no. Apoyó la mano derecha en su mejilla y lo acarició con ternura.; presentía las disculpas latiéndole en los labios, disculpas que ella sabe que no tiene que pedir, quizás por eso lo calle con un beso. Cuando se separan, el sol ya salió y el espacio entre ambos es un abismo desde el cual él se prende un cigarrillo y ella se va. Él se preocupa y ella se alivia.
Entonces, la escena cambia.


El guión de mi película
la mía, la propia, la que se arma en mi cabeza
en la que actúo yo
siempre tiene el mismo desenlace: el final.
Y mientras tanto me dedico a imaginar caminos probables.
Creo que este es el que más miedo me da.
Bruna.




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