jueves, 27 de noviembre de 2014

Escribir

Eran alrededor de las cinco de la mañana, volvía a casa sola en colectivo. No es algo que pase seguido, sin embargo cuando sucede suelo reflexionar. Las horas previas al amanecer y la soledad son un ambiente propicio. Resulta que soy una persona muy contradictoria en muchos aspectos — no me gusta usar la palabra “bipolar” porque es un término que se puso muy de moda para denominar personas histéricas, cuando en realidad es una patología — a veces me cuesta sostener una decisión en el tiempo. Al principio me resultaba un defecto pero con el paso de los años entendí que todos cambiamos y que es una de las mejores cosas que pueden pasarnos; porque moverse es crecer, es aprender a hacer balances, a entender que elegir también a veces significa resignar, comprender que lo que era bueno en algún momento ya no lo es y bancarse decir “yo creí en esto pero ya no”. Sobre todo eso, bancarse hablar de lo que uno piensa o siente, con los riesgos que conlleva.
Pensé que iba a dejar de escribir. Tengo una teoría en la cual sostengo que del dolor salen las mejores cosas — quizás no sea mía y se la haya robado a alguien más — . Disfruto del arte atravesado por el dolor, tal vez por el simple hecho de que me resulta más real. Y esa realidad sé que es singular y propia y que engloba, por lo tanto, un montón de ideas de mundo que son mías. Una vez, estaba tomando un café con Juan y hablando del amor — como siempre que tomamos un café — , cuando me dijo:
— No es por hacerme el inteligente, pero creo que no podemos sentir ese amor vacío, en el que nada sucede, que todo es calmo y da igual. Querer por que sí.
Hay momentos en los que dice cosas que después quedan en mi cabeza muchos días. Por alguna razón que desconozco, hay algo en mí que necesita intelectualizar el amor; admirar, aprender, callarme por una vez en la vida y escuchar; pero también — y esto retomando la idea del dolor — necesito que ese amor me duela, no porque sea una persona masoquista sino porque si tiene el poder de hacerme mal, es real, y por lo tanto tiene también la facultad de hacerme bien. Por eso no puedo soportar una relación llana, el estar de acuerdo siempre en todo, en que dé igual si es ese u otro. Creo que todos indefectiblemente nos volvemos adictos a algo, como si lo necesitáramos para respirar. Por eso nuestra memoria guarda con tanta nitidez algunos recuerdos. Y esa adicción, creo, es absolutamente egoísta al igual que todas las demás; porque uno no termina necesitando una persona, sino como ésta nos hace sentir.
Pero siempre son un montón de cosas que hay que bancarse decir, el “me pasa tal cosa” o el “no necesito que esto cambie”. Por eso escribo; porque resulta que además de contradictoria soy egocéntrica, pero sobre todo estoy llena de miedo y como de alguna manera lo tengo que decir, siempre vuelvo a la hoja rayada y el trazo fuerte de una lapicera negra.

Me molestan los textos sin justificar 
(hablo del formato, no el texto en sí).
Me molesta tener que reprimir el beso
que de vez en cuando
le quiero dar.
Me molesta llorar.
Y escaparme escribiendo,
como si eso fuera suficiente.


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