sábado, 6 de septiembre de 2014

Mi abuela me dijo una tarde, en el resguardo cálido de su habitación amarilla, de su departamentito en Caballito que para mí es como viajar a otro mundo, que quería leer Rayuela. Me contó por qué: había ido al hospital por algo que ya no recuerdo y había estado haciendo tiempo en un café que hay enfrente, dijo que las paredes estaban llenas de frases que le habían parecido preciosas y entonces me alcanzó un libro, adentro había anotadas en una servilleta varias frases que yo ya conocía hacía tiempo: "[...] como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos [...]", me dijo entonces que le había preguntado a la señora que eran esas frases y ella le respondió que eran de Rayuela, una novela de Cortázar. Mi abuela sabe el amor que siento yo por sus palabras. Le dije, entonces, con una sonrisa, que apenas terminase de releerlo se lo llevaría. De pronto se invertían los roles, siempre fue ella la que me prestaba a mí los libros. 
Por distintas razones que no vienen al caso, a mi abuela la veo con suerte una vez por mes. Vive lejos, a veces me auto-convenzo de que no tengo tiempo, mi mamá ya no la ve, por lo tanto todo recae en mi propia decisión de sentarme una hora y media en el 15 e ir a visitarla. Suelo pasar el día entero cuando voy.
Desde esa vez en la que le prometí que le llevaría el libro, volví a visitarla un par de veces, pero siempre me olvidaba. Ella, con una sonrisa resignada, aceptaba mi olvido como otros tantos y bromeaba con que sólo me acuerdo del chico que me gusta. Después seguía cebando mates e insistiendo en que comiera galletitas. "Abuela, estoy bien, no paramos de comer en toda la tarde".
El domingo a la mañana, estaba sentada en el piso de la cocina cuando mi mamá me lo contó: "la abuela está perdiendo la vista". Me dijo que la iban a operar porque tiene cataratas, pero que de un ojo perdió el 80% de la visión y que los médicos dicen que no la va a recuperar. Sentí como se me desmoronaba el mundo, el nudo en la garganta que se me arma cada vez que tengo ganas de llorar sola y hay alguien mirándome. Sentí que me distraje con cosas muy mundanas. Le conté a mi mamá que había presentido algo cuando hacía unos días atrás me había mandado un mensaje en vez de llamarme por mi cumpleaños, cosa que hace todos los años. Mi abuela Ana es de esas personas que es absolutamente transparente con su voz. De pronto, temí que cuando le llevara Rayuela ya no pudiera leerlo. Que acaso le requiriera mucho esfuerzo y eso la frustrara. Me largué a llorar con angustia por mi abuela y por otro montón de cosas que acumulo y siempre terminan detonando con algo. Como lloro ahora, mientras escribo. Últimamente estoy muy sensible y cualquier cosa es suficiente para erizarme la piel, las buenas y las malas. Tengo miedo de que se vaya, ahora que la veo más viejita; que se vaya sin ningún aviso y no alcance a verla. Soñé con eso y me desperté llorando.
Mañana voy a escribirle para visitarla. Voy a llevarle Rayuela para que lo conozca, incluso si esto implica que yo se lo lea (acto que siempre consideré sumamente dulce). Voy a intentar disimular que identifiqué que ya está volviendo, que el tiempo que hay—vaya a saber uno cuánto—es para estar, para demostrarle lo que vale en mi vida, para llevarle un ramito de jazmines como ella me traía a mí de su planta cuando yo era chiquita. Para secarnos las lágrimas y sonreír, mientras tanto, porque así deberíamos irnos todos cuando llegue el momento.

Bruna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario