miércoles, 10 de septiembre de 2014


I.

Juguemos. No preguntes nada. Volvé a abrazarme como cuando todavía no nos habíamos besado y eso era el mundo. Ahora el mundo es perder la ropa. Juan insiste que es cuestión de tiempo. Tiempo. Un año y pico y sin embargo me saco la ropa con vos. El tiempo no es para todos. La arena satura los relojes y me cansé de mirarlos. Quise tocarla y me corté las manos. Los vidrios se hicieron trizas y no dije nada. No preguntes. La arena siguió cayendo, siempre cae. Nunca la detengo. Soy una especie de marioneta y me desdibujo que en ese otro que admiro y quiero. Ahí está de nuevo. Vuelven a temblarme las manos, el mundo se destruye, lo hace trizas. Con vos el mundo va y viene, la arena se toca, el mar hace ruido, te parte los oídos cuando rompe cerca de los pies y te alcanza. Hay momentos que suceden una y otra vez en mi mente. Son las cuatro de la tarde y nos queda media hora. Tengo que ir a la facultad, dijiste. Acariciaste el dorso de mi brazo helado y besaste  una sonrisa. Si estás cansada podemos dormir media hora. Durmamos, poné la alarma. Bueno. ¿En serio? No.
Me tapo con las sábanas verdes. Estuve toda la semana pensando en fumar un cigarrillo con vos en el balcón porque me dejás tirar las colillas al piso y ahora me decís que estás dejando de fumar—no sé si te lo dije pero me gustan los hombres que fuman—. La cara de incredulidad es casi un acto reflejo y me pedís haciendo puchero que no fume adelante tuyo, no me tientes dale. Y no me tientes dale es suficiente para recorrer el espacio que nos separa y abrazarme por encima de los brazos, alcanzar la espalda detrás de la cual juntás las manos. Afuera hace frío, además, me decís. Entonces me olvido del atado en la cartera y me enamoro de los centímetros que me llevás porque son perfectos para que me hunda en tu cuello tranquila y te diga qué lindo perfume. Necesito perderme un rato en vos. Ojalá la vida fuera tan sencilla, ojalá la entrada en un nuevo laberinto fuera la salida del otro, tan indolora como abrir una puerta y cambiarse de habitación, tan fácil como entender por fin que nunca deberíamos esperar que un otro nos quiera. 
No, no hablo de vos. Pero te decía que juguemos a quedarnos callados, a fingir que no escapamos más que de nosotros mismos. A veces me tiemblan las manos. Vos me hacés temblar las manos. Reflejo involuntario de aquello que sucede adentro y en silencio. Pero que también produce el que me hizo mal. No voy a desaparecer, pero no preguntes. Yo sé que vos escapás de algo, porque todos lo hacemos.
Son las cuatro y cuarto de la tarde y nos quedan quince minutos. El corpiño está abajo del escritorio, la remera cerca de la puerta. No preguntes. Quiero seguir jugando.


Hay una canción de Arctic Monkeys que se llama Do me a favour.
Tiene un verso que dice: "Haceme un favor y decime que me vaya".
Ya no quiero jugar con vos, dale.
La escondida nunca fue divertida cuando eras el que buscaba.
Crecimos pero sigue siendo igual..
B.


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