jueves, 18 de septiembre de 2014

   
I. 

Tengo 17 y mi abuela me pregunta si tengo novio. Le preocupa en serio que consiga uno, uno que estudie algo respetable porque como ahora cambié Letras por Cine no sólo teme que me vuelva lesbiana porque mi mamá se casó con una mina, sino que no voy a tener quién me mantenga. Por qué no estudiás primero Letras, dice. Seguramente quiere jactarse de su nieta Licenciada en... Pero incluso a los 17 no quiero que nadie se jacte de mí más que mi misma. Así que tomo el té con leche y sonrío para no responderle nada, para no decirle que sí tengo novio y que no sé bien qué me pasa, que papá no sabe y no quiero que se entere, que no estoy muy segura de las decisiones que tomé. Que estoy fumando mucho y que extraño a Franco. Que The XX suena todo el tiempo en mi habitación y Luciano pregunta por qué tanto. Son pequeñas obsesiones que me agarran. Temporales, como él, como el amor por el verano, como el deseo que tenía de ser médica forense. Hace poco se murió mi abuelo y lo extraño horrores.
Tengo 17 y es primavera. Me siento en la ventana. Tomo café con Oreos. Sueño con terminar el secundario. Paso tardes a los besos y otras tantas escribiendo. Todavía voy al curso de fotografía pero ya no anoto. De pronto las cosas se desgastan. Paso tardes escribiendo sobre por qué ya no funciona. Me pierdo con un rugbier medio tonto que dice que en Enero se va a Pinamar con sus quince amigos. Tengo 17 y el pibe ese me parece un tarado, pero chapa bien. Y hace calor. Y estoy bronceada. Y tengo una remera dorada que me regalaron para Navidad. Las cosas se gastaron. Franco dice que vuelva con él. Vive solo. Me pasa a buscar por casa y entiende si lloro, así que me compra cigarrillos. Me acaricia la cabeza. Y en la mesa de luz tiene una foto de cuando éramos chiquitos.


II.

Tengo 17 y mi abuela que nunca supo del pibe con el que chapaba en la cocina y en mi habitación, que cenaba en casa varias veces por semana, se preocupa porque me gusten las mujeres porque ahora tengo el pelo corto. Voy al BAFICI. Voy mucho al BAFICI. Cree que soy media zurdita. Cineasta y zurdita, no va a poder hablar más de mí con sus amigas en los tés que se toman los jueves. Abuela no soy zurda. No me interesa la política, abuela. Quiero escribir sobre la permanente melancolía en la que vivo y escuchar música fuerte. No quiero un novio. No, una novia tampoco abuela. No voy a terapia porque mi mamá sea lesbiana. Voy a terapia porque tu hijo tiene una esposa de mierda. Pero la vida es así, abuela. Tengo 17 y no voy más a la casa de papá porque el muy pobre no sabe ponerle límites. 
Hay cosas en las que no quiero convertirme nunca: los adultos sin pasiones, las relaciones enfermizas, ser sumiso frente a alguien. No me quiero callar, pero callo. Y hablo todas las noches de cosas que no importan, me duermo a las dos de la mañana. Y al otro día voy al colegio. Pero sonrío, sabés. Sonrío porque es lindo y medio que me gusta, abuela. No es mujer te lo prometo. 


III.

Tengo 18 y me pregunta qué tenés que hacer hoy a la noche.
Tengo 18 y me emborracho.
Tengo 18 y un pibe en un boliche no es nadie, no sos nadie. De día hablamos, contame qué te apasiona hacer.


IV.

Tengo 19 y le cuento a mamá que la abuela se preocupa porque sea como ella. Y mamá se preocupa. Pero le distiendo la situación riéndome. Siempre le distendí las situaciónes a mí mamá. Le explico qué significa que alguien te clave por whatsapp y le cuento que me clavó, que el chico con el que estoy chapando me clavó. Y le digo estoy chapando porque no está bien que le cuente otras cosas que debería charlar con Maru y no con ella. Tengo 19 y el que abre primero el forro gana. Tengo 19 y ya me compro mis propios cigarrillos. Fumo de día. Cambié las zapatillas por zapatos. Voy al centro entre gente gris. Corro por Plaza de Mayo para no llegar tarde. Y no soy zurda, abuela, quedate tranquila. No soy nada. Sigo teniendo el pelo corto pero me gustan los chicos, mamá dice con ironía que te cuente que alguien me clava. Abuela, no me quiere. Y está todo bien pero no me preguntes. Porque no es el mismo el que pensás un domingo a la tarde que el que ves un día de semana a la hora de la siesta. Y está bien, porque no soy como vos que igual tenés el pelo corto. No soy como mamá, tampoco. Soy yo que me enredo pensando, después voy a la facultad, hago terapia, leo, duermo. Pero pienso mucho, casi todo el tiempo. Y a veces me pasa el mundo y a veces sólo él. Pero no te preocupes abuela, me gustan los chicos. Los ojos tristes están tristes porque no me quiere, pero igual lo abrazo. La música sigue sonando fuerte como a los 17. La cámara la agarro con la misma asiduidad. No escribo sobre lo que se desgasta sino sobre lo que nunca se va a gastar porque no es. Y me voy perdiendo en esta vorágine de charlas, de absorber el mundo sin que me devore, de hacer silencio y escucharte un poco. Ya no sé si crecer está tan bueno.




¿Qué voy a hacer con vos, más que pensar?

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