miércoles, 6 de agosto de 2014

"No sé por qué escribo sobre vos", dijo un día. Cerró los ojos y alargó las mangas del cárdigan hasta que sólo quedaron al descubierto las uñas que, entonces, se había pintado de color bordó. El abrigo azul era mío, lo había agarrado del sillón durante la noche, temblando, después de decir que lo más complicado de dormir de a dos no es la reducción del espacio sino la diferencia de temperatura.
Se levantó de la cama y cruzó el saco sobre su pecho sin abotonarlo, sosteniéndolo con la mano izquierda. Se acercó a la computadora y puso una canción de Jazz que no supe reconocer. "Se empieza mejor con buena música" dijo sonriendo. Nos habíamos dormido escuchando la lluvia y lo mejor de Frank Sinatra. Agarró el texto en el que había estado trabajando antes de que la arrastrara a la cama y me lo alcanzó. Me perdí entre palabras escritas en lápiz negro y garabatos donde, supuse, habría un error. Me causaba cierta gracia que no usara la goma de borrar.
Afuera el viento hacía un ruido extraño. Cada tanto chocaba contra las ventanas con un estruendo que parecía que iban a partirse en cualquier momento. Primero sentí el olor a café, después apareció ella con una taza para cada uno. No se lo dije, pero me gustaba eso de despertar con ella, un poco de Jazz y un café recién hecho. Dejó mi taza en la mesa de luz y abrazando la suya con las manos, caminó hasta la ventana. Se quedó observando en silencio un rato largo, aletargada, moviéndose cada tanto tímidamente al ritmo de lo que sonaba. Todavía tenía puesta la bombacha blanca que con una sonrisa pícara no me había dejado sacarle la noche anterior. Terminó el café y encendió un cigarrillo.
—¿Tan temprano?
—¿Tan temprano y molestando?—suspiró—. Creo que va a seguir lloviendo.
Cuando se aburrió, tiró la colilla por la ventana que dejó abierta y se sentó a mi lado.
—¿Leíste?—preguntó mirando la hoja manuscrita sobre la que había apoyado mi taza de café.
Asentí con la cabeza antes de preguntarle cuánto de ella había en tantas palabras. Se recostó sobre mi pecho y, después de hacerse un ovillo, dijo me da miedo el poder que te otorgan. Le acaricié con ternura el pelo castaño; siempre me intrigó su incapacidad para hablar de sí misma. A veces, entre cigarrillos, después de una cerveza y algún que otro beso; se justificaba diciendo que no tenía tiempo para querer a alguien y "me odio por tener el tiempo para quererte justo a vos". Me quedé en silencio acariciándole la espalda desnuda debajo de mi cárdigan azul marino. Afuera había empezado a llover cuando decidí que era mejor no responder, que a veces callar también es querer a alguien y aceptar sus tiempos. Levantó la cabeza para mirarme ante la falta de respuestas, pero se encontró con un beso en la frente. Espero que el sentimiento rellene incertidumbres y entienda que mientras las cosas sean sencillas, quisiera despertar así el resto de los domingos que nos dure el amor.
Pero entonces, por qué escribo sobre vos. 



Me parece que hoy lo que importa no es lo que está,
sino todos los huecos que lo que está tiene y que cada uno rellena con lo que quiere.
Ojalá en ustedes ella tenga tanto miedo de querer como tiene en mí.

Encontré una página que se llama Focus at Will
y que te pone música para concentrarte.
Escribí escuchando agua: una fuente, las olas, un río.
Es como una droga, deberían probar.

Bruna.






No hay comentarios:

Publicar un comentario