La reflexión sobre las fotos quedará pendiente un rato. Ámbar se pierde en la idea de sacarse la remera sistemáticamente para Ignacio. No por el acto de sacarse la remera, sino por el de sacarse la ropa. Las ganas que tiene del beso que no llega, que no viene, que quizás no venga nunca. Entonces le preguntó por alguna otra cosa, no se acuerda, acaso trivial pretexto para mirarlo un rato más. Un café, varios cigarrillos y mucha música elegida al azar; Ámbar terminó pensando cómo se llega a algo así, a la naturalización de las cosas. Por qué no puede hablar claramente y cuestionarlo, qué te pasa, qué querés, qué rol cumplo yo acá. A veces se justifica diciendo que ni ella tiene claro lo que quiere, como si lo único que uno pudiese recibir de otro fuese únicamente aquello que está dispuesto o quiere dar. Qué triste esas personas que esperan que las amen de la misma manera en la que aman; Ámbar sabe que si así fuera podría quedarse esperando toda la vida. Piensa, qué cobarde de ellos, siempre depositando en el otro la responsabilidad, la decisión de dar un paso o retroceder, quiere creer que es mejor que ellos y sin embargo le aterra correr el riesgo y se hunde en esa calma monótona del dejar fluir, del si me decís algo lindo te sonrío pero decirte que te quiero me cuesta una vida; y sí, cuando lo dice le sale atropellado y torpe. No es algo que diga fuerte y en voz alta, mirándolo a los ojos, te quiero y qué te pasa; como el resto de los momentos en los que habla, incluso cuando hizo el comentario de las fotos.
Entonces, Ignacio aplastó el cigarrillo en el cenicero de cerámica que Ámbar se compró en un viaje que hizo al norte. Si te sacaras sistemáticamente la remera, Ámbar, no me volvería menos crítico y no te admiraría menos por eso, hay algo del tiempo que nos permite ver otras cosas. Ya no son las tetas sino dónde estás, qué querés, cómo se te eriza la piel por el frío, los lunares que tenés en el pecho y el de arriba del ombligo, el pelo que te cae sobre la frente cuando inclinás la cabeza, lo que hay en vos y el gesto puro que te lleva a desvertirte. Hay algo de la calentura que se pierde en lo sistemático, quizás toda ella—ya no voy a acariciarte para cogerte sino porque disfrute de acariciarte—, y hay algo del tiempo que abre el segundo plano, hay cosas tuyas que no recuerdo—que no asocio—en la foto que tengo de cuando nos conocimos, dijo. No volvió a tocarle las piernas en el resto de la noche.
Entonces, Ignacio aplastó el cigarrillo en el cenicero de cerámica que Ámbar se compró en un viaje que hizo al norte. Si te sacaras sistemáticamente la remera, Ámbar, no me volvería menos crítico y no te admiraría menos por eso, hay algo del tiempo que nos permite ver otras cosas. Ya no son las tetas sino dónde estás, qué querés, cómo se te eriza la piel por el frío, los lunares que tenés en el pecho y el de arriba del ombligo, el pelo que te cae sobre la frente cuando inclinás la cabeza, lo que hay en vos y el gesto puro que te lleva a desvertirte. Hay algo de la calentura que se pierde en lo sistemático, quizás toda ella—ya no voy a acariciarte para cogerte sino porque disfrute de acariciarte—, y hay algo del tiempo que abre el segundo plano, hay cosas tuyas que no recuerdo—que no asocio—en la foto que tengo de cuando nos conocimos, dijo. No volvió a tocarle las piernas en el resto de la noche.
Preferiría que no tuviesen nombre, pero bueno.
Es indiferente, podría ser cualquiera.
Bruna.
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