miércoles, 28 de mayo de 2014

En vano.

"El mundo es un pañuelo" dijo antes de desvestirse, antes de conocer el lunar que tengo arriba del ombligo, antes de que sus manos se enterraran en mi nuca y estrujaran mi cabello como tierra húmeda. Entender lo que dice requiere, a veces, de asociaciones a las que llego tardíamente, cuando acotar algo es inútil; así que callo. En sus ojos yacía la melancolía de un amor no consumado; creo que podría reconocer su tristeza incluso si no la tuviese tan cerca, quizás desde la otra punta de la habitación o a una cuadra. Qué vano de nosotros buscar lo que no encontramos y queremos en otros lugares; entonces los besos sin nombre. 
Cruzó las piernas y las movió, nerviosa, durante un buen rato. Luego encendió un cigarrillo y las acurrucó, ya sin zapatos, sobre el futón del living de mi casa. Las medias largas se le habían corrido incluso antes de que mis manos buscaran sacárselas. Entonces, ya del todo rotas, no podría ponérselas al irse de acá.
Los labios rojos mancharon el cigarrillo quizás tanto como yo deseaba que marcara mi boca. No hay en su forma de fumar más que el acto puro de la provocación; uno quiere ser el humo abandonando su cuerpo como quiere la mano debajo de su camisa. Entonces allí donde el cigarrillo le da un segundo de paz es que mi boca rellena espacios vacíos por primera vez en la noche y no hay de su parte resistencia alguna, aunque sea ese, simplemente, el mero acto de besar; aunque no haya ahí el amor que ella quiere de otro hombre. Enreda sus piernas a mi cuerpo y entonces el Gin Tonic se calienta en la mesa ratona y el cigarrillo se extingue en el cenicero y el gato nos mira y una canción de rock suena para que las respiraciones no sean tan fuertes. Los botones son míos, los breteles son míos, las manos son mías cuando buscan la espalda y arañan lo suficientemente fuerte para que no se confunda con un mimo, lo suficientemente despacio para que el dolor no me obligue a morderle los labios. Y aún así se los muerdo, y aún así sonríe. Entonces suena una canción triste en inglés y ella se separa para mirarme y alzar los hombros. "No hay problema" le digo. La música que suena es suya, suya no porque ella la haya compuesto sino suya porque uno hace propias las canciones que le gustan. Se tapa la cara y pide perdón, sonrisa de por medio; como si aquello fuera realmente grave, como si hubiera algo de lo que avergonzarse en esa canción, que es buena, que es linda, que es para quererse despacio. Entonces ríe cuando la tarareo, cuando nos besamos como si nos quisiéramos. 
"El mundo es un pañuelo" dice entonces, ya en la habitación, sacándose la pollera. E intento entenderla mientras busca mi cinturón y lo desabrocha con torpeza, mientras los botones son suyos, los besos, la lengua, el lunar con el que se divierte, el cuello, las venas, los perfumes. Podría decirle ahora que me gusta su perfume, ahora mientras aprieta sus dedos en la nuca mientras mi cara se esconde en su cuello. Y no se lo digo, como tampoco le digo que el "como si nos quisiéramos" es, creo, un "te quiero", o un "creo que te quiero" o un "si te quedás mañana y me abrazás quizás me guste tu sonrisa". Pero es eso algo que probablemente supiese antes de besarle el cuello, de recordar que me gusta su perfume y que no me gusta tanto cuando otra mujer lo usa en lugar de ella.
Cuando el sol aparezca en la ventana abierta, su mano va a estar en mi pecho, su oído en el corazón. Como una nena va a decir que puede escucharlo latir y con la voz grave va a intentar imitar el sonido. Quizás sea su frescura la que me haga desear que se quede; quizás lo agobiante que resulta a veces la soledad. Lo cierto es que por una u otra cosa voy a querer que se quede, voy a prepararle el desayuno, voy a acariciarle la espalda desnuda—una a una las vértebras. Cuando busque, risueño, su sonrisa entenderé: no ocupará otra vez el espacio frío de la cama cuando sepa que la quiero, si acaso notara que sus besos tienen nombre. Entonces voy a buscar lo que no encuentre y querré de ella en otros cuerpos, que buscan lo que no encuentran y quieren de otros en otros lugares. Así, en vano. Entenderé por fin que no debo permitirle irse nunca de mi cama.

"Che, está bastante bien" le dijo Ana a Bruna de eso que había
 escrito con lapicera negra, cosa que nunca en la vida.
Sí, a veces son esquizofrénicas.
A veces disfrazan las cosas.
A veces quieren.
A veces extrañan.
A veces hace frío y escuchan Radiohead. 
Y se quieren matar.
(Las alteraciones temporales: y bueno, qué sé yo, arreglensé ustedes.)
B.


2 comentarios:

  1. Aunque este tipo de relatos no son de los que suelo leer, debo admitir que has logrado transmitir los sentimientos del protagonista. Por un momento recordé y extrañé sentir lo que el personaje sentía. Muy bonito.

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  2. Tenes una manera de escribir muy atrapante, me gusta cómo logras transmitir sensaciones y situaciones que creo a todos nos han pasado. Por otro lado es agradable leer lo que también pensamos, "como si nos quisiéramos ". En fin, me gustó mucho leerte y más aún en este momento que ando necesitando paz en mi atormentada cabeza. De hecho te agradezco porque me la acabás de dar.

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