miércoles, 21 de mayo de 2014

Como para variar el profesor se fue por las ramas. Ella, que disfruta de sus clases, de seguirlo en esos recovecos en los que se mete sin que nadie lo llame; lo escuchaba atento. A veces la descoloca, la mueve, la obliga sin querer a remitirse a alguna otra cosa. Estaba hablando de los prejuicios que cada uno adopta sobre otro por su forma de actuar, su ropa, alguna situación en particular, lo que nos contaron de... Y dijo, entonces:
—Pero un día estás sentado solo en el bar y no hay más sillas y viene (él, ella, el objeto de tu prejuicio) y te pregunta si se puede sentar porque no hay más lugares. Y aceptás, decís "sí, dale", cruzás un par de palabras y lo que creías del otro, lo que te contaron, se derrumba como si estuviera construido sobre papel.
Ella tenía una idea de vos. Aventuraba sobre las cosas que te gustaban, sobre aquello que te hace correr la sangre por las venas, sobre lo que amás y por lo tanto te conforma. Todavía tanto tiempo después, ahora que no adivina y sabe, que una pieza faltante no requiere más que una pregunta directa, todavía te quiere como te quería cuando las cosas eran adivinanzas silenciosas, observaciones devenidas en conjeturas. Eras una idea y ahora sos. Entonces, cuando el profesor habla de querer a una persona, de cómo a veces cuando nos enamoramos ese alguien pasa a ser objeto de nuestro odio como inevitable proyección del amor que nos despierta; sabe que te debe esa sonrisa que esboza sin disimulo.  
—Y uno sabe—continúa el profesor mientras ella piensa—que si un día esa chica nos da bola, nos va a destruir. Entonces hasta con el olor nos pasan cosas, el perfume nos da vuelta. Un silencio es suficiente para movernos, un silencio con el que pueden pasarnos muchas cosas.
Todavía siente en su nariz tu perfume. Incluso lo encuentra en el colectivo y la sensación es otra que poco tiene que ver con el hombre de traje que lo porta. El otoño, el frío, la hacen sentir sola y te extraña. De noche te quiere cuando necesita alguien que le acaricie la espalda; y sólo hay un perfume y un recuerdo, la mano en la pierna mientras decís algo, la voz, la sonrisa sincera y la mentirosa. Silencio; que nos mueve, que nosotros llenamos de palabras que el otro no dice. En tu silencio, ella que se deshace por un beso. Por tus besos. Por algo que le aclare lo que pasa.
Ahí, donde las cosas se vuelven concretas, es que tiene que enfrentarse a ese destruir del que habla el profesor. No es algo que pueda hacer ahora. Sin embargo, mientras tanto, se pregunta con qué llenás vos sus silencios.


Extrañaba muchísimo escribir.
(Hoy, al ritmo de esto.)
Siempre lo mismo.
Pero ya no me importa.
Bruna.
PD: Al anónimo de la entrada anterior: por lo menos dejame una inicial, algo, no sé. El anonimato absoluto me da intriga.


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