lunes, 20 de enero de 2014

Olivia

Levantó la vista muy lentamente para observarme. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto que amenazaba como gotas de lluvia en la cornisa. No le gustaba mostrar aquello a lo que era sensible. Todavía con el piano y el violín de fondo, con la hermosa melodía de aquellos jóvenes que dejaban su alma, su arte, su esencia en una calle cualquiera; ella levantó la vista y entre triste, anonadada, avergonzada y quizás melancólica, confesó que los artistas callejeros le daban mucha pena. Y en medio de suspiros se corrigió, dijo: 
—No, no es pena. Me dan tristeza. Tristeza porque no pueden estar en un lugar mejor, digno de lo que están haciendo, en un teatro enorme, majestuoso...
Y sonrió con una de esas sonrisas que nunca llegan a los ojos, porque son más tristes que otra cosa. Quizás en ese momento entendí que de alguna forma me había enamorado de ella, que admiraba esa sensibilidad que confesaba así, en secreto, en voz bajita y casi con vergüenza, que era en esos ojos tristones donde quería anclar por un rato la mirada, sin pestañar siquiera. 
—Bueno, Olivia, también podés pensar que lo hacen por elección. Que les gusta la calle...
—Sí, después pienso eso, pero...
Detuvo el paso para abrazarme. Hundió su rostro en el hueco entre mi hombro y mi cuello, soltando por fin las lágrimas que atacaban sus ojos, mojando el cuello de mi camisa. Me agarró fuerte los brazos y sin querer empezó a temblar, como quien llora con mucha angustia. El viento agitaba su pelo largo mientras Olivia subía sus manos a mi nuca y sollozaba. Empecé a creer que era demasiado llanto para la situación.
—¿En serio dos chicos tocando en la calle pueden generar esto en vos?
Negó con la cabeza, sin embargo no habló hasta que se hubo calmado. Esperó que mis manos se enterraran en su cabello y araran la longitud de este, esperó la mano en la espalda, el beso en la frente; esperó a decir que tenía frío para que yo le diera mi buzo. Entonces, todavía con los ojos enrojecidos, dijo:
—Me preocupa quererte más de lo que puedo.
—¿De lo que podés?—pregunté sin entenderla—¿Cómo sabés cuánto podés querer a alguien?
Se miró los pies unos segundos, como si pensara. Entonces volvió a caminar y la seguí.
—Ese es el punto, que no sé cuánto puedo quererte. Te quiero más de lo que quería quererte, de lo que necesitaba quererte en un principio. Y te quiero, ahora te quiero, punto. Pero me asusto y quiero salir corriendo.
—¿Por eso llorás?
En un movimiento rápido quedó detrás y me abrazó. Sentí su mejilla en mi espalda; era más baja que yo.
—Cuando me siento sola quiero que me abraces.
—¿Y entonces?
—Quiero llamarte y decirte, pero después temo que no corresponda a la relación que tenemos ahora. ¿Entendés? Como si fuera demasiado pronto para que te necesite...
—¿Y quién podría decidir que es demasiado pronto?
—No sé... Vos. Asustarte. Que pienses que te necesito mucho muy rápido y te vayas. Que te asfixie.
Posó su mirada preocupada en mis ojos. No pude evitar reírme. Me soltó y siguió caminando a mi lado. Alargó las mangas del abrigo, se puso la capucha y metió las manos en los bolsillos. 
—Todo el tiempo fantaseás con que en algún momento voy a salir corriendo.
—No es fácil estar conmigo.
Me quedé callado. Le di la mano y caminamos en silencio mientras acariciaba sus dedos con ternura. No le dije el amor que me inspiraba, cuánto extrañaba su risa si no estaba, que mi mundo está en sus ojos verdes, que mis manos se enamoraron de su pelo largo. Que cuando se despierta a mi lado sonriendo quiero quedarme en la cama todo el día, acariciándole la cara, diciéndole al oído y en secreto que la quiero. Que cuando hacemos el amor en el sillón y se pasea por el living en bombacha no puedo más que sonreír. Que a veces no la entiendo y me fascina. Que no intentaría cambiarla ni cuando me muerde los labios ni cuando a los gritos dice que no entiende qué hacemos juntos. Yo tampoco lo comprendo a veces. Al final sólo tiene miedo. Miedo de quererme mucho, dijo. Sí, Olivia, a mí también me asusta quererte de vez en cuando.


El disparador de esto fue una situación real.
Tengo muchos disparadores y muchas cosas sobre las que escribir últimamente.
Uno en especial que necesito escribir hace un tiempo. Ya saldrá, qué sé yo.
Con un poco de suerte, quizás actualice más rápido.
Me voy, porque un mosquito me picó reiteradas veces en los pies y necesito las manos para rascarme.
Sean felices.
Y quieran sin miedo. Nadie puede decirles que es demasiado pronto para querer.
Creo que eso va para vos, Bruno.
Espero que entiendas.
B.

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