lunes, 30 de diciembre de 2013

Los miedos

Me desperté desorientada. Miré alrededor unos segundos hasta que entendí que me había quedado dormida mientras Ignacio, desde el sillón, tocaba la guitarra. Había en mi mano derecha un cigarrillo sin encender. Tenía la ropa arrugada, la falta levantada, los pies descalzos. Me miró y sonrió; antes de decir mientras, me acariciaba la cabeza, que debería normalizar mis horas de sueño. Luego agrega que sólo dormí, como mucho, veinte minutos. Que soñé, porque hablaba, pero por más que intentó no pudo entender nada de lo que balbuceaba. Y usa la palabra "balbucear" con una naturalidad absoluta, como si fuera una palabra que usáramos todos los días.
—¿Querés un café?—preguntó.
Pero negué, aunque realmente lo quisiera bajo ninguna circunstancia accedería a que moviera sus piernas de mi nuca.
—¿Y Nacho?
—Fue a buscar a Lautaro—dijo, esbozando una sonrisa pícara y entendí que no iba a volver, al menos por un rato.
Lo miré. Apoyé el cigarrillo en el piso de madera, a mi lado. Me puse de costado porque de a poco se me había ido entumeciendo el cuerpo. Entonces quedó frente a mis ojos el cuaderno colorado de tapa dura que de vez en cuando usa para escribir con una lapicera de tinta azul. Intenté abrirlo, pero rápido lo sacó de mi alcance. Odia que lea lo que escribe porque es demasiado crítico consigo mismo para que esas cosas conozcan la luz.
—Me gusta tu letra.
—Ya sé.
—Quiero verla.
—No.
Me quedé unos minutos en silencio antes de ponerme a jugar con la bic negra que dejó donde antes yacía el cuaderno.
—Lupe me regaló una pluma. No usaba pluma desde que tenía, no sé, ¿ocho años?
—Es tan linda la cursiva en tinta.
 Asentí, después me incorporé y me levanté para sentarme apoyando mi espalda contra la suya, técnica que usábamos de chicos cuando ninguno quería servirle de apoyo al otro.
—¿Porqué dejaste de escribir?—preguntó.
Hablaba en serio. Es muy notorio cómo le cambia el tono de voz cuando quiere hablar en serio.
—No es que...
—Tu blog es muy triste. Y cuando digo "triste" no uso la palabra como sinónimo de feo, como a veces hacés vos. Los textos son tristes. Cuando hablás del amor, es un amor frágil, que se termina, que se desgasta, que se miente. ¿Cuánto hay de vos en todo eso? ¿Cuán bien te hace escribir todo eso?
—¿En serio me preguntás?
—No sé. Me siento un poco responsable del dolor que hay ahí.
Sentí contra mi espalda cómo se movía su cuerpo al girarse para buscar mis ojos. Que no encontró, porque mantuve la vista fija en la escalera de madera.
—No quiero tener esta conversación porque sabés cuánto odio hablar de lo que escribo.
—¿Por qué dejaste de escribir?
—No dejé de escribir, pero todas las hojas Rivadavia llenas de tinta azul de mi pluma nueva, terminaron apiladas en el escritorio. ¿Viste cuando te pongas lo que te pongas nada te gusta, así te hayas puesto lo mismo el día anterior y te hayas sentido el hombre más lindo del mundo? Bueno, a veces me pasa eso con lo que escribo. Necesito encontrar algo con lo que sentirme cómoda.
—Pero pareciera que te sentís cómoda con todo lo que le temés. ¿Entendés?
—No.
—Te aterra depender de otra persona, entonces escribís sobre relaciones que se terminan donde uno siempre queda devastado porque dependía enfermizamente del otro.
—Pero...
—Odiás la gente que hace de sus parejas un mundo, entonces escribís sobre un tipo que hace de una mina su mundo y que sin ella no puede vivir.
—Maru.
—Bueno, más allá de que tenga que ver con la historia de Maru. Hay algo personal ahí—dijo, y parecía que hablaba consigo mismo, porque no me permitía objetar nada de lo que decía—. Odiás la incertidumbre, la odiaste por meses, te volviste loca por decirle algo, una cosa; entonces escribís diciendo que la incertidumbre es una mierda y que también lo es el amor, pero que ojo, amar está buenísimo.
—¿Me vas a dejar hablar?
Me di vuelta para mirarlo a los ojos, él asintió.
—Catarsis. Se llama hacer catarsis. No es que todo eso me agobie, al menos no siempre. Es real que cada texto debe tener algo autobiográfico, es muy difícil divorciarse de uno mismo cuando te sentás a escribir. Pero también es real que todo eso que decís, es lo que vos interpretás de lo que escribo; que me conocés mucho, sí, pero que no estás continuamente en mi cabeza ni sabés todo lo que pienso.
—Pero casi todo—dijo riéndose.
Despacio, me agarró la mano y me sacó el anillo enorme de la piedra negra que me regaló mi mamá, para luego jugar un rato.
—Y aunque te pese, tenés muy poco que ver con lo que está ahí. Y si tuvieras, mejor, porque es algo que me hace bien.
—¿Sabés lo que me pasa? A veces me cuesta reconocerte en esos mundos grises. Sos feliz, estás siempre sonriendo... No sé.
—Habla bien de mí que vos, que me conoces tanto, no me reconozcas en los textos.
—Pero reconozco miedos.
—Pensé que poner en palabras los miedos era algo buenísimo.
—Sí.
—¿Entonces?
—No quiero que te conviertas en tus miedos.
—Todavía no soy un personaje.
Se quedó en silencio mientras me acariciaba la cabeza otra vez. Volví a rescostarme sobre su pierna. En su cara había una preocupación sincera. Había algo extraño, como una especie de nostalgia que no puedo explicar y que sentí toda la noche. Como si fuese una burbuja que de pronto alguien fuera a pinchar. Como si se nos acabara el tanque de oxígeno, de pronto, mientras buceamos. Esa cosa que se siente cuando te despedís de alguien que no sabés si vas a volver a ver. Afuera el cielo ya era celeste y se hacía de día. Adivino, o imagino, algún horizonte donde el sol empieza a asomar más rápido de lo que a uno le gustaría. Entonces cerré los ojos.
—Al atardecer y al amanecer le dicen "la hora mágica" en cine, ¿sabías?
—Por los colores de la luz. En la fotografía también.
Lentamente voy sintiendo todo cada vez más lejano. Como si se volviera propio solamente al abrir los ojos y luego cuando los cerrara otra vez me hundiese en un túnel oscuro hacia la inconsciencia del que, cada tanto, me saca su voz.
Oí los pasos de alguien que subía las escaleras de madera. Después me quedé dormida.

Volví.
¿Cuán dulce es que alguien se preocupe y ocupe de vos?
¿Cuánto hay de mí en esos miedos?
¿Cuánto hay de mi, en este blog?
Adiós, vuelvan pronto.
Chapa tiene razón. Son una manga de ingratos.
Todos leen y nadie dice nada.
(Los estoy observando)
Bruna.



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