lunes, 9 de diciembre de 2013

Mira la foto una vez. La deja sobre la mesa y se va a la cocina a buscar una cerveza que hace un rato metió en el freezer. Vuelve con un porrón lleno y helado que deja en la mesa mientras vuelve a agarrar la foto. La levanta, la mira, me mira y la vuelve a mirar. 
—Tenés la misma cara—dice.
—A ver, traela—le digo desde el sillón mientras me saco los tacos, un poco porque me empiezan a pesar, otro poco porque quiero acurrucarme.
Subo los pies al sillón mientras pongo Parachutes, el mejor CD de Coldplay opina él y yo creo que coincido. Se acerca con el porrón y la foto y se tira a mi lado. Apoya la cabeza en mis piernas y me la muestra. Es una foto en monocromo gris. Yo debo tener más o menos seis años. Estoy sentada en el pasto, con un vestidito amarillo que recuerdo amar. Él, con ocho o quizás nueve años, me abraza y me mira. Nos reímos a carcajadas de algo que, seguramente, nos dijo el fotógrafo. Lo demás está todo fuera de foco, como si eso nos aislara del mundo.
—Tu papá sacaba unas fotos hermosas—le digo—. Creo que esas y las que mi tío me sacaba son las más lindas que tengo de la infancia.
Se endereza para tomar la cerveza, yo me pongo a llorar. Lloro todo lo que siento que no lloré los días anteriores, mientras de a poco me volvía consciente de que crecí. 
—Todo era tan enorme e imponente. Lloraba por otras cosas, y mi papá era mi papá y era el mejor del mundo. Y el tuyo también. Y no preocupábamos porque llovía y no podíamos jugar a la casita. Punto. Ahí se terminaba todo. Sonreíamos todo el día. Y si nos peleábamos era porque yo quería mirar Cartoon y vos Nikelodeon. ¿Entendés? ¿Qué tiene de bueno crecer? Era todo muy sencillo. Ahora me tengo que preocupar porque la facultad sale mucha plata y no puedo trabajar, entonces la va a pagar papá y aunque papá puede y quiere...
—Ana...
—Yo nunca quise ser así, nunca quise ser ese tipo de persona. ¿Entendés? Para mí se terminaba con la secundaria.
—Ana, tu papá te pagaría la facultad aunque trabajaras.
—No importa.
—Sí importa. Porque necesitás entender que lo hacen porque te quieren, necesitás dejar de lado la autosuficiencia, creer que siempre vas a poder con todo sola. Él te está ayudando y lo hace con amor y con confianza. Para que puedas estudiar lo que amás y en el lugar que querés.
—No puedo.
—No lo podés dejar hacer por una vez las cosas bien, y después te quejás.
—No me quejo de eso.
—No, ya sé, y muchas veces tenés razón. Pero te molesta que te ayude, te molesta que cualquier persona te ayude.
Me quedo callada, cambio la canción. A veces no me gusta escuchar cosas que no tengo ganas de escuchar.
—¿Te está asustando crecer?—pregunta—. Te pasaste el año diciendo que querías terminar.
—Es todo tan incierto a partir de ahora.
Se ríe a carcajadas mientras me pellizca el brazo. Despacio, sólo para molestar.
—La incertidumbre.
—La puta incertidumbre.
—¿Soy yo, o ahora estás hablando de otra cosa?—me pregunta.
—No, eso ya pasó, no sé, el tiempo pasa y uno se resigna. A que te quieran, a que no te quieran. Al final entendés que no importa mucho qué le pasa al otro mientras vos puedas vivir con eso.
—Pero yo te quiero, enana.
—Me asusta Lola. Quiero que cuando nazca sea feliz, no quiero que las cosas le sean difíciles. Quiero que entienda que el que le hace mal no vale la pena. Que lo entienda en serio, para alejar a esa gente. Para que la ignore. Porque yo lo entendí, pero fue difícil y yo era grande. Vos me ayudaste mucho.
—Bueno, y ella te va a tener a vos. Mirá, si lo decís por tu mamá y Pato, para los nenes es todo mucho más fácil. ¿Te acordás el día que te conté llorando que mis papás se habían separado? ¿Cuántos años tenías, cinco? Y me dijiste con una sonrisa enorme que ahora iba a tener dos casas y dos cumpleaños, que no me preocupara. Y me lo creí en serio y dejé de llorar. Pero me re cabió porque a los tres meses volvieron.
De un trago se termina la cerveza. Estira el brazo para agarrar el iPod y cambia de canción.
—The Magic Numbers.
Sonríe. De más chicos solíamos jugar a adivinar la canción antes de que empezaran a cantar y él ganaba, siempre.
—Perdiste porque no sabés el título. Igual te voy a hacer el desayuno.
—¿Y me vas a comprar medialunas?
—No te abuses, tampoco te quiero tanto.
Y vuelvo a mirar la foto. Como si eso pudiese devolverme a ese momento y perpetuarme ahí, como si fuera suficiente para desentenderme de las responsabilidades—o la falta de éstas—. Como si las cosas volvieran a ser enormes; los techos, altos; los hombros de mi mamá, la escalera al cielo; el árbol de navidad, la promesa de que viene Papá Noel; Cartoon Network, el mundo.


Dejaste de escribir, me dijo ayer.
Y era verdad.
Tengo que admitir que me gusta mucho este lugar.
Y que me asusta crecer.
No entender.
Y que me molesta que me ayuden.
La incertidumbre.
No saber qué hacer.
Verano y vacaciones. Las últimas tan largas.
Quiero sacar fotos, leer, salir.
Pasear esas noches frescas que te invitan a quedarte afuera hasta que se haga de día.
Portate un poco mal, me dijeron.
No sé.
Bruna.



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