lunes, 18 de noviembre de 2013

Lucía.

Se sube al colectivo con cara de dormida y el maquillaje de la noche anterior levemente corrido. Son las 8 de la mañana. Desde un asiento al lado de la ventana, él le clava la mirada mientras en sus oídos suena alguna vieja canción de rock nacional. Le mira los tacos, las piernas, el vertido bordó, el colgante plateado, la vincha de flores, los ojos claros y la nariz pequeña. Y se pregunta dónde estuvo anoche, si pudiese adivinarlo solamente por su ropa, si pudiera saber si es habitual en ella visitar ese lugar para, quizás, conocerla algún fin de semana y preguntarle su nombre. Decirle que tiene cara de Lucía y que las pecas que tiene en las mejillas le resultan simpáticas. Pero se rinde. No conoce esos lugares y aunque los conociera poco le garantiza que tenga que ver con la parada de colectivo en la que se subió, ya que tiene cara de recién levantada y bosteza cada dos minutos. Pero su vestido dice noche, noche que quizás pasó con alguien, alguien que no la acompañó a la parada e Iñaki piensa que de haber sido él, no se hubiera movido hasta que el colectivo doblara en alguna esquina y ya no pudiese verlo; que se aseguraría de que llegara sana a su casa, que finalmente la llamaría y le desearía que duerma bien, porque realmente lo ansía, porque con esa cara tan dulce no puede más que desearle cosas lindas. Entonces Lucía, o como sea que se llame, se sienta frente a él, abre su cartera y saca unos auriculares enormes que se pone luego de sacarse la vincha de flores. Él la imagina escuchando una de esas bandas que nadie conoce, que Lucía encuentra en Internet porque se queda en la computadora hasta muy tarde investigando música nueva y que quizás con gusto le compartiría una canción. Mientras mira por la ventana, ella, mueve los labios al ritmo de una canción que él no escucha y desconoce. Cada tanto se acomoda un mechón de pelo que cae sobre su cara; cada tanto lo sorprende mirándola y entonces aleja la vista con vergüenza y una sonrisa. Iñaki quiere sentarse a su lado y decirle "hola, Lucía"; pero probablemente no se llame así y si le habla, la asuste. Así que se queda mirándola, imaginando que le gusta leer a Benedetti, que cada tanto va a cines del centro a ver películas que sólo conoce ella y el director, que tiene un estante lleno de CD's de todo tipo y que los escucha todos, y él la admira por eso, y quiere prestarle el CD de Frank Sinatra que se compró y tiene en la mochila. Lucía levanta la mirada y se pasa los dedos por abajo de los ojos, limpiándose los restos de pintura negra. Lo observa fijo y le sonríe, Iñaki se incomoda pero igual le sostiene la mirada. Él va a la facultad mientras ella vuelve de la casa de alguien que no puede darle lo que quiere, que le abre la puerta a las 8 de la mañana y la deja caminando sola con la ropa que uso para salir anoche. No es que eso a ella le moleste, pero sería lindo que la cuidaran. Que le prestaran un suéter porque hace frío. E Iñaki lo haría pero no la conoce y no se anima a preguntarle de dónde viene, a decirle eso de las pecas o que por alguna razón está convencido de que leyó La Tregua y lloró, porque es tan dulce, tan común, tan cotidiana y real...
Pero Iñaki se para porque tiene que bajarse. Se acerca a la puerta que los separa y la mira de más cerca, a ver si quiere hablarle. Le pediría fuego aunque lo asquee fumar a la mañana. Le diría que le gusta el tatuaje que tiene en el antebrazo. Le comentaría que en la casa tiene un tocadiscos. Lucía se ríe, larga una carcajada bajita que Iñaki escucha. Quizás en otro momento, otro día, en otro lugar y con otro ánimo, piensa él mientras abandona el colectivo. Y ella espera cruzarlo en algún museo de esos que está convencida que visita, en una muestra de pintura o de fotografía, mirando una imagen fijamente y desde el alma, admirado, con los labios entreabiertos y esos lentes gigantes que tenía puestos. A él, que tiene cara de Bruno. En un museo, se promete. Y no sabe, pero quizás. 

A todos aquellos que tienen fugaces historias de amor en el transporte público.
A todos ellos.
A todos nosotros.
A vos y a mí y a nadie.
Convencí a mamá para que me deje adoptar un gatito.
Es absolutamente hermoso, ya lo sé.

Extrañar. Extrañar a alguien es horrible.

Bruna.

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