domingo, 8 de septiembre de 2013

Noches

Salí del boliche bastante enojada conmigo misma y con él. Estaba en remera de manga corta y la verdad es que la temperatura ya no era la misma de cuando entramos, ni tampoco mi estado porque los efectos del poquito alcohol que había tomado ya se habían pasado hacía rato. La campera había quedado en el auto de Franco y me puteé por eso. Pero el frío me pudo y tuve que llamarlo para pedirle que saliera un momento. 
—Necesito que me des mi campera.
—Ana, no seas cabeza dura. Estoy bien, te puedo llevar a tu casa.

—Gracias, paso.
Agarré la campera del asiento de atrás y sin saludar me fui caminando hasta Scalabrini Ortiz para tomarme el colectivo. A veces le agradezco enormemente a mi sentido de la ubicación, porque de otra forma probablemente estaría perdida.
Nunca me había pasado tener que volver sola a esa hora de un lugar y aunque no me moleste, sí me molesta tener que haberlo hecho en esas condiciones. Como tantas otras veces Franco había tomado demasiado y sinceramente ya no puedo estar atrás suyo para cuidarlo. Así que decidí cuidarme a mí y que él haga lo que quiera. 

Me senté en el cordón de la vereda a esperar el 15 que me deja en casa. Con campera y todo, tenía un poco de frío. Me quedaba el sabor amargo de una mala noche, el arrepentimiento por haber salido. Me puse los auriculares y busqué en el iPod alguna canción que hiciera la soledad más llevadera. Creo que puse Total Life Forever y sonreí. A veces no es nada azarosa la elección de las canciones.
No había terminado cuando Nacho se sentó al lado y me sacó un auricular. 
—Yo tampoco me quiero ir con él—dijo, y después se quedó callado. 
Se puso el auricular que me sacó, me pasó el brazo por los hombros y esperamos fácil media hora que llegara el colectivo. 
Ya no me divierte tanto ir a boliches, sobre todo a algunos en especial. Creo que el problema es que no me atrae lo que la mayoría va a buscar ahí. Quizás sea que no busco eso. Quizás sea lo irónico que me resulta que repartamos besos a personas de las que a veces ni siquiera sabemos el nombre cuando el resto de la semana sólo pensamos en darle un beso a una persona de la que, quizás, sabemos más de lo que quisiéramos. Será que el alcohol no me invita a hacer cosas que de otro modo no haría sino que únicamente intensifica el sentimiento y en vez de estar ahí tenés la cabeza en otro lado y dónde estás y la vida por llamarte y que nos encontremos en algún lugar, así, de noche, con esta temperatura que es tan linda y ay la primavera. Será que la mayoría de las veces estoy en desacuerdo con esa vidriera que son los boliches. Será que voy a bailar porque me gusta bailar, porque quiero divertirme y porque la buena música sonando fuerte me genera adrenalina, adrenalina cercana a la que uno siente en un buen recital. Aunque en lo que va del año sólo haya ido a dos lugares en los que pueda estar orgullosa de la música que escuché. 
Nos subimos al 15 y Nacho se quedó dormido. Es como un karma que tengo, siempre que vuelvo con alguien en colectivo de noche se duerme. Yo disfruto el viaje. La ciudad todavía dormida y una buena elección de canciones. Las luces que empiezan a apagarse y el sol que empieza a salir. Los colores. La gente que se despierta muy temprano y la que todavía no se acostó. Las calles vacías. Y la manía que tengo de imaginarme la historia de las personas que cruzo en los colectivos. 
Lo desperté cuando tenía que bajarse. Entonces me puse los dos auriculares, alcé las piernas sobre el asiento y disfruté los veinte minutos de viaje que quedaban. 
El problema es que a veces me siento un poco sola. Y no es esa soledad de falta de compañía, porque aun con Nacho al lado, con Franco cantando borracho alguna canción de mierda, con Maru pasándola tremendo en un boliche, hay otra sensación que quiero repetir y que poco tiene que ver con esas. Que poco tiene que ver con salir. Que poco tiene que ver con todo. Y me persigue, todo el tiempo, durante el resto de la semana.
Llegué a casa y le mandé un mensaje de paz a Franco: "Espero que no te pase nada. Te quiero porque borracho y todo seguís siendo mi amigo."


Las reflexiones fueron más profundas. Pero no puedo poner todo acá,
menos cuando la que escribe soy yo.
"Y quiero exigirte que aprendas a leer entre líneas lo que no te estoy diciendo,
pero no hay posición desde la cual yo pueda exigirte algo".
Eso escribí el otro día en un texto para Mary.
Creo que es lo más sincero que escribo desde hacía tiempo.
Buena semana la que empieza.
Hasta luego, señores y señoras.
Bruna.




No hay comentarios:

Publicar un comentario