martes, 27 de agosto de 2013

Gael y Azul

Azul inclina la cabeza levemente hacia delante, abre grande los ojos y se queda a la espera de una frase que muere en los labios de Gael sin ser pronunciada. Lo mira fijo, espera en silencio; pero sólo sale de su boca un suspiro, así que se asume derrotada. Ya no sabe qué decir y al parecer él tampoco. Ella, la eterna oradora, la que sostiene que sucede lo que se habla y lo que no se puede poner en palabras es incierto, casi tan incierto como los sentimientos que Gael le despierta ahora. Pero si fuese indiscutible que sólo existe aquello que se nombra, nada debería existir en ese preciso momento más allá de lo tangible y por lo tanto real.
Azul se pone de pie y camina hacia la cocina. Su vestido colorado ondea conforme avanza y los bucles castaños rebotan al final de su espalda. Enciende la hornalla con el tercer fósforo y recién entonces pone a calentar agua.
—¿Querés un té?—pregunta sin moverse de donde está y como él no responde decide tomar el silencio como una negativa. 
Cuando vuelve a sentarse junto a Gael, éste ha escrito algo. El papel está doblado, sin embargo lo delata ese relieve tan particular de quien ejerce demasiada presión mientras escribe. Quizás si deslizara la yema de los dedos podría saber qué dice, pero no lo hace. Se queda mirando la pared de colores mientras se pregunta si la falta de palabras es consecuencia de la sensatez o realmente no les queda nada para decir. Prefiere convencerse de lo primero; que no tengan palabras le parece mil veces más triste. Quiere decirle que el sol tiene otro color en el living de su casa; que los libros que le prestó probablemente nunca vuelvan; que no existe otro café en la mañana si no es el suyo; que ojalá pudiese hacer del hueco entre su hombro y la oreja, su lugar en el mundo; que odia verlo fumar. Decirle todo eso para callar lo que la confunde: el miedo. Azul se sabe capaz de destruirlo.
—Te sentís vulnerable, ¿no?—pregunta él, en voz muy baja.
Ella no responde por un rato. Se queda imaginando los caminos borrosos que abren las diferentes respuestas. Analiza cada uno de ellos, intenta adelantar sus consecuencias: se imagina con Gael y sin él e intenta aventurar cuál de las dos opciones es la más feliz. 
—¿El amor no es un signo de vulnerabilidad?—pregunta finalmente, mirándolo a los ojos.
—No entiendo si estás intentando decirme que no podés quererme porque eso te volvería vulnerable o que ya sos vulnerable porque me querés mucho.
—¿Qué diferencia haría que te aclarase las cosas?
—No me voy a ir de la misma forma sabiendo que me querés. 
Azul deja la taza de té sobre la mesa ratona. Se acomoda el pelo y se desabrocha un botón del vestido, dejando entrever el principio de su escote, la piel en el medio, ese lugar cálido de su cuerpo del que Gael disfruta de apoyar la cabeza para escuchar el corazón ajeno y así creerla viva.
Entonces, la necesidad de decirle que todavía no se fue y ya lo extraña. Aunque extrañar no sea la palabra justa porque el sentimiento es aún más intenso y allí está todavía, mirándola, esperando una respuesta. Y la certeza de que no habrá respuesta a esa frase porque no es lo que él busca. Y está convencida de eso, aunque no logra descifrar todavía qué es lo que Gael espera de ella.
—Siento que pedirte que te quedes sea egoísta.
—Y quedarme, extremadamente inocente.
—Y aún así lo haría si supiera que vas a estar acá mañana.
Gael se acerca lentamente. Hunde la nariz en el pelo de Azul y aspira su perfume floral.
—Yo me quedaría por esto, y por muchas mañanas. 
Entonces Azul se confunde, pero sonríe. Que Gael se quede significa tiempo, tiempo para intentar convertir sus incertidumbres en certezas. Certezas que nunca llegan, porque cuando Azul despierta Gael ya no está.

Buenas.
No tengo mucho para decir.
No tengo nada para decir.
Gael es un nombre hermoso.
Pero nunca tanto como Bruno.
Encontré un buzo y una bufanda de los que no tenía recuerdo.
Fui feliz y ahora no quiero sacarme nada.
Les dejo esto.
Bruna.

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