jueves, 26 de septiembre de 2013

¿Analogías? (Precipicios)

Estaba sentada sola en la naciente de una pista con los esquíes a un costado. Todavía sonaba en mi mente la canción de Bruno Mars que escuché mientras me ajustaba las botas. Hay ciertas pistas, sobre todo las más complejas, en las que no se ve qué hay debajo. Como si en un momento de locura y adrenalina pura, tuvieras que tirarte al vacío y metros más abajo que se traducen en segundos, volvieras a tierra con la pendiente que se hace menos pronunciada. Son unos segundos de una inseguridad preciosa que se vuelve atractiva en contraposición con la seguridad que viene con aquello que alcanza a ver la mirada y que es apenas unos segundos después. Me senté porque tenía un poco de miedo. Había subido confiada, creyendo que iba a poder porque era una pista que había hecho hacía un par de días e incluso algunos años antes, con menos técnica. Pero después de haberme caído el día anterior y con los moretones que todavía tengo en las piernas, me estaba costando un poco tirarme desde la cima—donde las pistas son más complejas y más empinadas—. Así que decidí sentarme un rato hasta que la valentía me asaltara y sin pensarlo demasiado pudiese tirarme montaña abajo. Cada tanto pasaba alguna persona haciendo ese ruido tan particular que hacen las tablas cuando derrapan al tomar mucha velocidad. A mis pies estaba el precipicio; enfrente, la otra montaña; atrás mío, la mochila con la cámara y los bastones. Atajé la mochila para ponerme los auriculares y escuchar algunas canciones, pero me arrepentí. No me pasa seguido, pero hay determinados momentos en los que necesito silencio para escucharme a mí y para escuchar aquello que me rodea. Así que, todavía cantando Treasure, me quedé mirando el valle de la izquierda. Entonces, me encontré preguntándome qué tiene el sur, como escribí en algunos cuentos. Y lo entendí: el frío, que indudablemente nos hace extrañar a esas personas que queremos cerca; la lejanía, que aumenta esa idea de distancia y un poco también la de la soledad; la inmensidad de los paisajes, que nos hace sentir pequeños, ínfimos, insignificantes. Y tampoco es algo que me pase seguido eso de admirarme frente a la naturaleza, quizás sólo cuando viajo y me encuentro con esos rincones gigantes que tiene la Argentina. Y despacio me fui levantando, mientras pensaba que tengo que empezar a convertir esas dudas con las que me llené en algún tipo de certeza; por mí, que odio los grises si no son monocromos de una linda foto. Me colgué la mochila, puse Foals y me guardé el iPod en un bolsillo de la campera. Agarré los bastones, lento me puse los esquíes y, sin pensarlo demasiado, con la cabeza llena de otras cosas de esas cosas que no sé si aparecen cada que no tengo en que pensar o si me distraigo para no pensar en esas cosas, desaparecí por el precipicio, montaña abajo. Los segundos de adrenalina intensos, lo divertido que es descolocarse, el viento en la cara, la música, la velocidad y la nieve y, segundos después, volver a entender dónde estoy parada, al menos físicamente. Todo lo demás, sigue siendo tan incierto como la pendiente que dejé atrás.

Buenos Aires, sos linda.
Un poco te extrañé. A vos. A las cosas.
A mi cama.
A mi perra.
Y esta soy yo.
No sé hasta qué punto esto está bueno.
Memuerodeamorconlapersonaquecomentólaotraentrada.
Gracias por tanto y por nada.
Hasta pronto,
B.

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