martes, 20 de agosto de 2013

Secuelas de esta lluvia

"Pensé que quizás podríamos ir a tomar un café", le dijo. Y el pensé no era quiero y tomar un café no era verte, tampoco un con vos, algo que implicara hacerlo juntos. No le estaba diciendo nada y esperar que ella leyera entre líneas lo que él de verdad quería decirle era pedir demasiado. Así que ella respondió con algo bastante vacío de certezas, que para él fue suficiente a pesar del sabor a poco. Correr el riesgo de un "quiero verte" o nada. Nada, como siempre. El café lo puede tomar con cualquier otra persona, cualquier tarde de estas, en cualquier otro lugar. Y esos son los precios que uno paga por ser ambiguo o no ser claro o decir las cosas a medias. Para colmo ahora llueve. Y no sabe si es Frank Sinatra, Elvis Presley cantando Love Me Tender o la lluvia en sí misma que le dan esas ganas irrefrenables de estar abrazado a un calor ajeno, de esconder la cara en una clavícula que no le pertenezca, de hacer el amor, de esos mimos que de tan dulces a todos nos molesta admitir que disfrutamos, de acariciarle la espalda o simplemente de estar sentados uno al lado del otro cantando I've got you under my skin. Así que para ahorrarse todo eso, para no tener que pasar por todo lo que luego desataría decír "quiero verte" o "quiero tomar un café con vos" es que "Pensé que..." le pareció la expresión más apropiada. Y después se arrepiente, se cree cobarde y sensatamente se echa la culpa de ser tan ambiguo, de que su bandera sea de ese gris que odia porque no es ni una cosa ni la otra. Por momentos lo ataca la adrenalina y se convence de que lo mejor es decirle, al menos algo, de todo eso. Pero llegado el momento, qué difícil. Qué complejo tenerla del otro lado con esa sonrisa. Entonces recuerda una comparación que no sabe si leyó o escribió, que afirma que decir la verdad es como desnudarse (quizás la leyó y la escribió). Qué frágil. Y aunque no siente que esté mintiendo, empieza a creer que no está siendo fiel a lo que le pasa. Se promete que cuando vuelvan a verse, cuando tomen ese café que pensó que podían tomar, va a abrazarla. Quizás al oído y sin mirarla a la cara decirle que la extrañó. Confesar que la lluvia hace más profundo el sentimiento sería demasiado para decir todo junto. Así que va a callar, mirándola a los ojos, muriéndose por el beso que todavía no se anima darle. Sonriendo. Porque llueve, porque ahí está, porque el café y porque decir bien las cosas. 


***

El corazón es una máquina absoluta de problemas;
como si acaso no pudiese bastar la sola cabeza
que explota cada pequeña idea inútil que tortura:
incesante cabellera pelirroja me persigue todo el tiempo.
¿Qué me harás luego?
Estoy volviéndome loco por si pasa alguna cosa.


No voy a emitir ningún tipo de comentario sobre el primer texto.
Es un cuento.
El segundo, así de cortito, lo escribimos en una mesa con un amigo
jugando a ese juego de que cada uno escribe una palabra.
Empecé yo.
(Si se entera que lo subí probablemente me desherede).
La lluvia y el amor.
La lluvia y extrañar.
La lluvia. Qué linda.
B.

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