martes, 6 de agosto de 2013

Hay algo en mí que pareciera sentirse incómodo con sentirme cómoda. Sí, ya sé, esa frase es bastante ambigua, como si dijera sin decir. A ver, recalculemos. Me pasa esto. Con lo que me pasa estoy bien, lo disfruto, me gusta. Hacía bastante tiempo que esto no me pasaba y sin embargo lo asimilé bien. No importa qué es esto, lo que importa es ese sentimiento de incomodidad que me genera no estar haciendo nada con esto que me pasa a mí. ¿Y qué sería hacer algo? Decir, hacer, querer, exteriorizar o poner en palabras lo que pasa adentro. Pero me lleno de algo, quizás sea miedo, quizás sea que pienso demasiado las cosas. El otro día en terapia Ana—mi psicóloga— decía que lo importante es hacer algo con lo que le pasa a uno, ¿no? No se puede estar siempre esperando cierta reciprocidad del otro lado. ¿Querríamos más si nos quisieran mucho o querríamos menos si no nos quisieran? No. Entonces no hay diferencia. Es lo que a vos te pasa y lo que le pasa al otro. Punto. Dos ejes distintos. Que indefectiblemente en algún momento convergen, o quizás nunca, pero al menos en lo inmediato son dos cosas distintas. 
Así que yo siento esto, pero dormirme, quedarme quieta, esperar a que otro me ahorre el trabajo de...; me aburre, me pone nerviosa, me estresa. Y me senté el lunes pasado en el sillón blanco y dije: "no pasa nada". Y no, no pasa nada. Pero como si las cosas pasaran porque sí; si como algo fuera a suceder, a salir como realmente uno quiere, si te sentás a mirar la vida. No, chiquita, dale, abrí los ojos y movete. Entonces todas las reflexiones posteriores, ¿no? Ana diciendo qué hace uno con lo que a uno le pasa y esa reciprocidad asquerosa que parezco reclamar en varios aspectos y que ahora que la identifiqué quiero sacarla de mis expectativas. No quiero esperar nada de nadie, pero en el buen sentido, porque al final la única que puede hacer las cosas por mí soy yo. Y Candela diciéndome el sábado a la noche que deje de pensar tanto las cosas y que sea más impulsiva. "Me gusta estar con vos."
Qué fácil es a veces escribir sobre lo que me pasa. No sé si es el té humeando o The XX que suena de fondo, no sé si es más fácil imaginar a quien querés que te escuche sin que te escuche aunque puedas correr el riesgo de que lea. 
Y a veces pienso qué irónico, ¿no? Digo, yo que tanto proclamo amar el arte, las emociones, el amor por lo que uno hace, el movimiento, el cuestionamiento continuo... qué irónico que me detenga la mente. Qué irónico que me cueste un momento de esos en los que nos sentimos dementes y el corazón nos late rapidísimo poder decir aunque sea un poquito de lo que me pasa. Un poquito. Pero al final, esa es la incomodidad que me gusta: la de correr un riesgo, la que abre dos caminos igual de inciertos, esa con la que pareciera que el corazón va a salirse de donde está, y los nervios que nos mueven el piso. Todo eso que hace la vida más intensa, más colorida, más interesante.

Bruna cada tanto es Anita.
Anita cada tanto es Bruna.
Mirá, una A de Ana.
Una B de Bruna.
Una...
Aprendé a correr riesgos, nena, dale.
Nena.
Anita, cuánta ternura me da la gente que me dice así.
Quería sacar un poco lo que siento.
Hasta luego.
B.

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