viernes, 19 de julio de 2013

De vez en cuando le gusta jugar a que no es ella. Se sienta en el sillón con una remera que le queda gigante porque no le pertenece y se queda mirando a la nada. Jamás, hasta ahora, me había pasado algo como esto. Conocer tanto a alguien y aun así no poder anticipar ni uno solo de sus próximos pasos. Se divierte siendo incierta. Y aunque a mí no me divierta que desaparezca por meses, aprendí a entender que no puedo cambiarla, o al menos que no va a cambiar por  mí. 
Anoche llegó llorando. Era muy entrada la madrugada y después de abrazarla para que se calmara supuse que iba a darme alguna explicación. No. Se puso mi remera azul, agarró una manta y se quedó mirando por la ventana hasta que se hizo de día. Entonces cerró los ojos y empezó a tararear una melodía. A veces pienso que vive ausente, es la única forma que encuentro de justificar sus comportamientos. Pero entonces abre los ojos y me mira. Me mira y dice: "quiero irme con vos, bien lejos, a un bosque. Quiero internarme en el sur y vivir de tus besos. Sin miedo. En el sur." Y la imagino despertando desnuda en una cabaña de madera, con una sonrisa tan grande que le ilumina la cara. Y supongo que así no volvería a desaparecer y que la vería dibujar con carbonilla todo el tiempo. Que podríamos hacer el amor hasta que conozca de memoria todos los lunares y huecos que tiene en el cuerpo y por fin poder prestarle atención a las expresiones y a lo bien que se siente la piel cálida debajo de las yemas heladas. Que el frío nos invite a estar pegados todo el tiempo y que de vez en cuando nos abstraigamos para ser nosotros en aquello que nos apasiona, el arte, la naturaleza, el ser humano en sí. La imagino pisando descalza hojas que crujen, tan inmensa, tan llena, tan feliz, tan radiante y tan risueña. Y no sé si puedo negarle ese sur. No puedo permitirme decirle que no a ese oasis donde quiere descansar de ella misma, de esas tormentas que se generan en su cabeza y que tanto la persiguen. Si acaso cree que en el sur puede ser feliz conmigo, cómo decirle que no.
Entonces se levanta del sillón y enrollada en la manta verde viene a sentarse encima mío. Se hace un ovillo y se larga a llorar con semejante desesperación que no sé qué hacer. De vez en cuando me pregunto cuánto tiempo más voy a poder soportar esos cambios drásticos. Pero le acaricio el pelo mientras llora. Porque algo me detiene cuando pretendo decirle que la mayoría del tiempo no la entiendo y que aún así me fascinan las incógnitas que encuentro en sus ojos, que disfruto del desafío que significa anticipar qué va a pasar con ella, conmigo, con nosotros. Sin decir nada, agarra el atado de cigarrillos y el encendedor del bolsillo de mi camisa y enciende uno usando mi boca. Fijo me observa fumar. Sonríe, y así demacrada como está después de haber llorado tanto sigue siendo hermosa. Y me enamora esa fragilidad que transmite cuando se deja ser, cuando muestra que las cosas le duelen, cuando confiesa que desaparece por meses no porque quiera sino porque odia enamorarse y esos meses juega a creer que no me necesita. Así lo dice, "no te necesito". Y lo dice tan resignada que parece que ya hubiera admitido que se enamoro de mí. Pero no lo admite. Llora porque no quiere admitirlo. Llora porque le frustra sentir que extraña. Y extraña. Por eso suele volver. Y el día que no vuelva me muero.

Hola.
Me parece que tengo que dejar de escribir por un tiempo.
Esto es un retazo, un retazo de nada.
Mezcla de cosas que me pasan y no digo. Y de cosas que no me pasan y sólo le pertenecen a los personajes.
A esos personajes que raras veces tienen nombre. Y que yo imagino que todos se llaman Bruno.
Aunque sean diferentes, aunque no tengan la misma edad, aunque sus acciones sean contradictorias.
Qué difícil es ponerle nombre o título a las cosas, ¿no?
Creo que voy a dejar de escribir por un tiempo.
B.

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