domingo, 9 de junio de 2013

Lucía y Osiris

Se ríe. Cobarde, repite, cobarde porque me dijiste "quiero que me des un beso" y te quedaste mirando. Fijo me mirabas; y nunca aprendiste que los besos no se piden. Siempre se encarga de recordarme esa situación. Me parece que había tomado un par de cervezas demás, yo pero ella también, aun así me acuerdo y podría jurar que la frase fue "quiero darte un beso". No, dice. Se ríe así de grande y burlona, le brillan los ojos. Dijiste que me des y aunque no hayas dicho eso el punto es que no lo hiciste. Los besos no se piden, repite, y se acaricia el brazo mientras agacha la mirada. 
Cuando los malhumores vengan el episodio va a ser recordado con bronca y el cobarde será más fuerte y tendrá otros fundamentos. Fundamentos que nada tienen que ver con ese beso que ella tuvo que darme la primera vez; sino con determinadas actitudes que adopto frente a la vida y que a ella le desagradan. 
Yo también quería besarte, admite con las mejillas coloradas, y aunque no lo pidieras sabías que eso iba a suceder. Entonces me cuestiono sobre la naturaleza de las decisiones. No estoy seguro de que hubiese pasado lo mismo si yo la besaba o si esperaba a la próxima vez, quizás con un poco menos de alcohol en sangre y la mente más lúcida. Me dijiste "Lucía", dice, y arrastrabas las palabras. Me acuerdo que hacía mucho frío y que temblaba junto a mi cuerpo. Que después nos fundimos en un beso larguísimo y dejó de temblar. Que dormimos en la playa. Que al otro día tenía fiebre y no podía parar de estornudar. Dijiste Lucía de nuevo cuando terminé de besarte, si serás cobarde. Y no entiende que a mí me enamoraba su iniciativa. Pero eso no era iniciativa, murmura y me lleva la contra, te besé porque me lo pediste. No importa. Toda ella era iniciativa, estaba llena de proyectos que le hacían brillar los ojos, esos ojos marrones y grandes que tiene. 
El gato se le sube encima. Lo mira, después levanta la mirada y reconozco la duda, la misma duda que flotaba en sus ojos el día que lo encontramos. "¿Lo podemos llevar a casa?", preguntó. Como si acaso yo fuera a negarme a un animal y a su mirada de perro mojado. Esa noche me cocinó la cena, me hizo el amor y miramos una película que la hizo llorar. Pensé que ojalá encontráramos gatos más seguido.
¿Qué vamos a hacer con Osiris, ahora?, pregunta, ¿quién se lo va a quedar? Y me mira con tristeza. Sabe que voy a terminar resignando el gato y que se lo va llevar ella que al final es la que siempre le da de comer. Pero sabe que lo quiero y que lo voy a extrañar tanto como a ella. Como al sonido de su risa, como a la calidez de su cuerpo en la cama, como a sus pies congelados enredados en los míos, como a su pelo despeinado, como a sus mimos. Adiós Lucía, chau Osiris. 
Y si ahora que no estoy borracho le digo "Lucía quiero que te quedes", se va a reír de mí y va a gritar "cobarde". Que no hiciste nada para que me quedara y que decirlo te resulta tan sencillo. Como el día del beso. Y va a recordar que tuvo que comerme la boca porque yo le pedí el beso que no podía darle.
No podía, Lucía, no podía. Como ahora no puedo dejarte ir.

Una vez un desconocido me dijo que mis textos son muy Cortazianos. 
Qué lindo es a veces que nos mientan.
Supongo, igual, que algún vicio suyo debo haber adquirido, como también los de Sábato. 
Sin embargo espero no parecerme a ninguno de los dos, porque al final sólo sería una copia barata de ellos.
Lucía. Creo que hacía tiempo no le ponía nombre a un personaje.
El texto tiene varias referencias a Cortázar. Un aplauso para el que las pueda identificar. 
Hasta luego,

B.
de Bruna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario