domingo, 30 de junio de 2013

Ámbar, Francisca y León.

—¿Por qué decís que es repugnante?—pregunta mientas se pinta de bordó la uña del dedo índice de la mano izquierda.
—No sé, Fran, qué sé yo.
—Dale, en serio, ¿por qué?
Ámbar piensa. Cierra los ojos, respira tan hondo que se le infla el pecho; después exhala con mucha parsimonia.
—Esa sensación de depender del otro todo el tiempo es horrible. Es un estado de mierda, nunca me sentí cómoda dependiendo de alguien.
—Como cuando dependés de mí para ir a algún lado porque no te gusta ir sola, ¿por ejemplo?
Entonces mis ojos vuelven a Ámbar que niega con la cabeza. Miro el reloj y son las 2 de la mañana.
Me parece que enciendo un cigarrillo. Sí, enciendo un cigarrillo porque me acuerdo de Fran que me mira con odio porque no le gusta que fumen en su habitación; pero no me dice nada. Me parece que Francisca gustaba un poco de mí. Pero nunca se animó a besarme. Bueno, quizás habiéndome dado cuenta debería haberla besado. Era linda, tenía unos ojos marrones gigantescos y cada tanto lo usaba para mirarme fijo por un rato.
Bueno, prendo un cigarrillo, Ámbar niega, Francisca me mira. Me levanto para poner música y entonces Ámbar dice:
—Es diferente. La sensación de querer estar con alguien todo el tiempo, de estar, no importa cómo, aunque sea en silencio, uno en frente del otro. Como... no sé, depender con la cabeza, ¿entendés? Pasar tiempo, pasar tiempo, pasar tiempo.
—Pegados—digo y Ámbar ríe.
—No importa cómo, no importa si somos amigos; pasar tiempo.
—No seas hipócrita. Aguantate las ganas de besar a alguien que querés...
—Bueno, pero...
—No, Ámbar, León tiene razón; no se puede—interviene Francisca.
Por unos segundos nos miramos entre nosotros.
—¿Cuánto tiempo?
—Todo el tiempo—dice Fran.
—¿Eso es enamorarse para vos?—le pregunto a Ámbar.
—¿Te parece poco que una persona se instale en tu cabeza todo el tiempo?
—¿Te parece horrible eso?—y no me responde, entonces le pregunto:— ¿en quién pensás ahora?
—En vos—responde sonriendo con ironía.
Y ya no me acuerdo, hay como un agujero en la memoria. Lo siguiente que recuerdo es que Francisca está acostada al lado mío armando un cigarrillo de tabaco que le trajo el padre de no sé dónde. Siempre le gustó alardear que su viejo viajaba todo el tiempo.
—¿Por qué mierda es tan tierno, tan pegajoso, tan feo?—sí, seguían hablando de eso.
—¿El amor?
—Ajá.
—No sé, a veces pienso que el amor mueve al mundo. La existencia o la falta de este, es indiferente, no importa, sigue siendo la falta de amor. ¿Viste qué fácil es sonreírle a alguien que querés? Bueno, el mismo poder tiene para hacerte garcha, para matarte de a poco. ¿Nunca pensaron que amar es darle a alguien el poder de lastimarte? 
Creo que esa noche besé a Ámbar adelante de Francisca. Era un poco cruel, soy un poco malo todavía. Por eso te digo ahora que no te enamores de mí. El amor no dura. Ámbar tenía razón, pero eso sólo dura un tiempo. No se puede pensar en alguien todo el tiempo toda la vida. Y cuando deje de pensar en vos vas a creer que te mentí, como creyó Ámbar; sólo que con ella era diferente porque no le gustaba enamorarse.
La imagen cambia.
Ámbar llora por amor, de amor, sin amor. No sabe más que le repugna lo que siente. Y cómo hacer para sacarlo de ahí, cómo hacer para borrar a alguien de la cabeza todo el tiempo.

Maru, también llamada Bruno cada tanto, me incitó a escribir esto.
Hay una frase perdida suya entre los diálogos, un aplauso para aquel que la sepa reconocer.
Creo que podemos identificarnos con los personajes, pero eso queda a nuestro criterio, 
quizás sólo al mío.
Que la parte ficcionada no nos pertenece, pero que hay cierta posición que es muy mía, y muy suya.
No sé si es lo que ella esperaba, pero es algo.
Quizás algún día pueda escribir abiertamente lo que es el amor para mí.
Pero creo que todos sabemos que soy destructiva.
¡Feliz domingo!
Tengo una extrañitis asquerosa.
Hasta la próxima entrada,
Bruna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario