miércoles, 8 de agosto de 2012

El regreso II

"Hace más de una semana que no escribo a mano. Disfruto, sin embargo, de ese placer casi obsoleto. A pesar, incluso, de mi imprenta adolescente y descuidada. Aunque peor sería la cursiva que no evolucionó desde que dejé de usarla en primaria.
Escribo en un anotador pequeño que encontré sobre la mesa con una lapicera que le hacía compañía, como si me dijeran "dale, vení, dale". En la misma mesa ratona yace la taza de té floral en hebras que le regalé a Pato y del que me terminé haciendo fanática. Cuatro cucharadas de miel. Sí, me gusta dulce. Tomar té y sobre todo a esta hora (deben ser alrededor de las 3 a.m., disculpen la imprecisión pero no tengo un reloj a mano) es algo que tengo totalmente asociado a Valeria. Creo que la primera vez que me hice un té con miel en el medio de la noche fue aquel ya lejano martes de Abril cuando me di cuenta que la quería—recuerdo que esa martes porque recuerdo, también, haber hablado el miércoles en terapia de toda la situación). Las noches siempre eran los té, ella y buena música. Ahora que Vale ya no está para compartir el té o una charla sobre arte, las infusiones quedaron etiquetadas como "resabios". Es irónico, claro, porque porque jamás podría ser una mala costumbre.
Creo que la frase exacta fue: "Tengo en la mesa de luz dos tazas con restos de té, resabios de mi amor por Valeria". Fue la primera vez que la palabra amor y su nombre estaban en la misma oración aunque es probable que no haya sido amor, de ese a m o r con todas las letras; de ese amor que empieza como una pelota de tenis y termina ardiendo en cada una de nuestras terminaciones nerviosas. A mi manera la quise, sin embargo.
Disparé para cualquier lado, retomemos: la taza yace en la mesa ratona y el libro que estaba leyendo antes de tentarme con todo esto, está abierto exhibiendo sin vergüenza sus hojas amarillentas. Yo estoy acurrucada en el sillón naranja, los pies escondidos en el medio de los almohadones para evitar el frío, la ropa con la que fui al teatro más un suéter gigante del largo de un vestido que mamá dejó en el perchero. Nietzsche me está esperando, pero ahora no quiero más que dormirme acá acurrucada o teletransportarme a la habitación.
Maybe está durmiendo, escucho su respiración pesada. Todo está calmo, la televisión apagada, no hay ruidos afuera y las otras dos integrantes de esta familia duermen. Lo único que hace ruido es la heladera.
No puedo escribir más, se me cierran los ojos y la letra se está volviendo más terrorífica de lo que ya era.
Tres hojas de anotador después, llego a la conclusión de que debería reemplazar el té nocturno por el café nocturno y dejar de echarle la culpa al té de las fallas que tuvo esa... no, relación no es la palabra. Algún día encontraré una palabra."

Descripción gráfica de una de las primeras noches sin Internet.

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