lunes, 16 de julio de 2012

Esa puta hermosa que es el arte.

Buenas tardes queridos (ficticios) lectores. Creo que, al fin, hemos vuelto a mis reflexiones; aunque dudo que esto dure mucho.
Resulta increíble que vaya a escribir esto, pero desde que en la clase de Marcelo vimos a los hermanos Lumière hay una pregunta que flota en mi cabeza; flota como si alguien le hubiese hecho un Wingardium Leviosa y yo no supiese deshacerlo. Y es evidente que no sé cómo, porque todavía no llegué a ninguna conclusión. La pregunta o la cuestión, supongo, es bastante subjetiva también. Porque dependiendo a quién y en qué momento se lo preguntemos es probable que obtengamos una respuesta diferente. Pero me enfrento a este desafío que es llegar a mi propia conclusión. Entonces, me pregunto si el mercado, el mercado en general, corrompe al arte. 
Pensemos al arte como una prostituta hermosa, virgen, de pelo largo y ojos grandes. Imaginémosla, ahora, en un prostíbulo lleno de hombres desesperados por algo nuevo, algo que los distinga de los demás, algo que los haga sentir diferentes, una sensación de la que puedan estar orgullosos. Todos esos hombres disputan la mujer joven. Porque les excita que sea virgen, los atrapa su pelo largo y aman sus ojos grandes y todavía inocentes. Ellos quieren mostrarle el mundo, pero no por ella, si no por el placer propio que les otorga verla disfrutar. La quieren y pagarían lo que fuera por estar con ella y mostrarle ese mundo todavía desconocido, lleno de sexo sin pasión, de arte sin amor, sin compromiso. Porque ese hombre, el que sea que ofrezca el suficiente dinero, va a disfrutar de ese orgasmo vacío y desvalorizado. Y ella, con los ojos cerrados, va a ir creyendo de a poco que el sexo tedioso, que es lo único que el puede darle, es realmente el sexo. Se va a olvidar, como si le hubiesen borrado los anhelos, las ganas de alguien que logre meterse debajo de su piel tocando su piel. Alguien que sepa quererla con el cuerpo. Y de pronto a nuestra joven, inocente y llamativa prostituta le arrancan sus arraigos, su valor, su hermosura. Ya no es más que una puta; sólo le quedan los ojos grandes, que también tienen todas las otras; el pelo largo que en algún momento comenzará a perder. Vemos a nuestra joven abandonando sus sueños junto con la ropa. Y ya no sabemos si vale por su cuerpo, ese que también tuvo antes, o por todo lo otro, lo que perdió. Y nos confunde.

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