sábado, 28 de enero de 2012

Es raro volver a un lugar que solías frecuentar en el pasado; un lugar en el que fuiste feliz, o al menos tuviste  algunos momentos felices, y que, ahora, opacado por el tiempo y cómo se desencadenan las situaciones, parece lejano y melancólico. Te sentís fuera de lugar y observás todo como si fueras ajeno, como si lo que pasara no pudiera rozarte. Sentís que lo conocés bien y a la vez no lo conocés nada. Porque pasaron tantos años, tantas cosas, tantos sentimientos. Fueron solo dos lugares en los que me sentí así.
En el primero, la lejanía era un defensa contra esos hechos que no quiero recordar, y al parecer mi mamá tampoco. Un pasado que no fue bueno y podría haber sido mucho mejor; quizás los años más difíciles de mi corta vida. Dejamos de ver a la persona que nos llevaba a ese lugar y por lo tanto dejamos de frecuentarlo. Volver fue raro e impersonal, sobre todo acompañadas de personas que no saben los momentos que pasamos ahí.
En el segundo, la melancolía es el duelo por la relación que podría haber tenido con mi papá. Un "qué hubiese pasado" si en ese abril donde las cosas cambiaron tanto me tragaba el "no vuelvo más a tu casa" y me resignaba, con la cabeza gacha, a intentar ignorar lo que Lorena decía.
Es la misma incomodidad que sentís cuando le hablás a alguien que solía ser tu amigo y que por las circunstancias de la vida ya no lo es. Necesitás llenar el espacio con palabras y seguir para delante ciegamente; porque si parás, sentís. Y duele, duele hasta el punto de desear que las cosas fuesen diferentes.
Lo más triste es que vos y yo sabemos que nada podemos hacer. El pasado no se cambia. Y somos ésto, nosotros, por el pasado que nos marcó.

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