lunes, 26 de diciembre de 2011

Te extrañé, my dear. Y te necesité, my dear. Estoy sin terapeuta, eso. Se me están acumulando las cosas y tengo que hacer un borrador del lío que tengo en la mente.
Hoy fui a visitar a la abuela, que cada vez está más loca. Me vio el tatuaje y me pidió que le explicara por qué me lo hice y que significaba para mí. Le expliqué con la misma explicación que le doy a todo el mundo que no me conoce lo suficiente para entender. Entonces me soltó la frase: que ella no se haría una tatuaje, dice, ahora que es mayor ni cuando fue joven, porque no me acuerdo quiénes dicen que los tatuajes agujerean el alma. 
Claro, cómo iba a reírme yo de uno de los tantos principios de la religión que mi abuela se creó. Así que opté por reírme en la mente y pensar lo agujereada que debe tener el alma Frank. Reparé, entonces, de la nada, lo poco seria que puedo ser la mayoría del tiempo.
Y mientras ella seguía diciendo que para ser monje no te tenés que tatuar, yo pensaba en la frase de Ana (mi psicóloga) cuando dijo que me había tatuado en un momento que, parecía, tenía el arte a flor de piel. No por nada, dicen.
Tengo en la cabeza ideas sueltas que plantean lo que es el amor. Muchas películas y mucha novela escrita últimamente. Es que lo necesito para uno de los personajes, entender yo que es el amor para mí, para poder explicarlo desde los dos puntos de vista. Difícil, complejo, sólo yo me meto en esas cosas.
Steve Jobs me sigue observando intensamente desde la tapa de su biografía, como diciendo "dale, cuándo me vas a terminar" y en la repisa están los tres tomos que forman la decepcionada mirada de Cortázar que me recrimina que nunca lo terminé; y yo me excuso.  
Mi papá con sus hipocresías y yo convenciéndome de que es el pelotudo dominado que elige ser.
Una familia que te pide que la agregues a Facebook y vos que pretendes salvaguardar tus reflexiones, por lo menos, en Internet. Paradójico que intente resguardar reflexiones en un blog que podría, en caso de que se quisiese, estar al alcance de cualquiera. Pero confío en que no me encuentren, confío en que sean lo suficientemente malos como para no poder encontrarme en Google, ni en Facebook, ni en ningún lado. Y si no me cambiaré el nombre a Bruno, a Bruno algo, a Bruno... debería charlar con Basile el apellido.
No volví a escribir un cuento corto desde María, que tiene sexo. Que es, creo, el primer cuento corto que mi mamá lee, que yo escribí, que tiene sexo. Sexo leve y embellecido por la ambigüedad de una metáfora pobre que alza, orgullosa, su frente. Recién empiezo, se convence. 
"A single man" que me agotó las lágrimas de las próximas cinco noches y Adele que me parte la cabeza con "Someone like you".
Josefina que se me vino a la cabeza de la nada por una puta canción.
Mi mamá que tiene un blog sin entradas y en cualquier momento me hace la contra.
Acá yo, pensando que quizá es momento de decirle un par de cosas a mi viejo.
Allá vos que leíste todo esto y te agradezco.
Quizá vuelva pronto, pero ya dije, no te prometo nada.

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