viernes, 15 de julio de 2011

El disfraz

“[…] Ahora sus ojos brillan como los de un gato […]”
Gudiño Kieffer

                Detuvo el auto  frente a la casa, hacía tiempo no regresaba. La puerta crujió al abrirla, quizás por el desuso. Tenía que llevarse las últimas cosas antes de vender la propiedad. Podía ver los invitados moverse tímidamente al ritmo del piano, todos en los majestuosos disfraces, detrás de las máscaras venecianas, de los imponentes antifaces. Sin embargo cuando sacudía la cabeza no había nada más que polvo, melancolía y el piano destruido tantos años atrás.
                Subió las escaleras y aun sabiendo lo que se encontraría,  fue sin parada alguna hacia la que había sido su habitación. Cuando presionó la manija, cerró los ojos. A tientas se adentró en el cuarto y abrió las persianas. El ambiente se inundó de luz y ahí estaban, el espejo veneciano y sobre la cama, impecable, el traje que ella hubiese usado esa noche. Se empeñó en mantener la mirada lejos de la silueta blanca en el piso, consciente de la crisis que podría desatarle.
                Se acercó al espejo y lo acarició, observando su reflejo envejecido. Creyó ver a María detrás de él; pero al volverse no había nada más que fantasmas de un pasado que ya no quería recordar. Y su cuerpo, la imagen del cuerpo inerte en el piso. Ni bien volvió a tocar el espejo, ella desapareció.
                Lo tocó por segunda vez. De pronto se vio a sí mismo del otro lado, envejecido, pero las manos eran jóvenes y su ropa, la de aquella noche, la del baile veneciano. Y detrás de él estaba ella, abrazándolo por la cintura y besándole la mejilla, enfundada en su vestido rosado como si de aquel lado del espejo todo hubiese sido producto de la imaginación.

Ana Laura Gutiérrez

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