martes, 11 de marzo de 2014

Analogías y paralelismos en el arte.

El cine clásico se caracteriza, entre otras cosas, por variar su lenguaje entre planos generales (los cuales utiliza para situar al espectador), planos medios (para describir acción) y primeros planos (para mostrar los sentimientos o describirnos un personaje). Mi profesor de Historia del Cine dice que esta es una característica que Griffith—uno de los padres del Clasicismo cinematográfico—hereda de la literatura de Chares Dickens quien primero sitúa al lector en un espacio sumamente detallado, luego avanza hacia aquello que sucede y por último desarrolla minuciosamente la psicología del personaje, aquello que siente y piensa. Fue a partir de esto que empecé a pensar en mi propio estilo a la hora de escribir y en como, de pronto, cualquier aspecto está justificado perfectamente por alguna otra cosa que lo condiciona.
Una vez un pibe me dijo que lo que escribía le hacía acordar mucho a Cortázar. Ya no recuerdo si sabía previamente de la admiración que yo siento por ese hombre y lo dijo para impresionarme o realmente le dio esa sensación. Le agradecí la apreciación luego de aclararle que me parecía por demás generosa (mis textos son imperfectos, muchas veces no los corrijo, cometo errores algunos a propósito otros sin notarlo, suelo ser monotemática...). Y, aunque me halague la idea de que mi obra se acerque a la de Cortázar, tampoco me gusta la idea de que ésta sea una imitación barata de la suya. Es probable, sin embargo, que esté influenciada por aquello que me gusta: Sábato, la calidad con que elabora las personalidades de sus personajes, los constantes tormentos a los que se enfrentan; Cortázar, el amor y la apreciación que tiene de los detalles, la lucidez a la hora de hablar sobre las relaciones humanas, sus matices, como un día nos queremos y mañana no nos soportamos pero cuando estoy solo te extraño y te vuelvo a querer. Entonces pensé en esos micromundos que armo y describo, donde la mayoría de los planos son planos detalle o primeros planos; donde la acción es lo que los personajes sienten y ellos son las descripciones de sus cuerpos y detalles; a veces es más importante el sentimiento que el personaje en sí. Donde la cámara es sin dudas subjetiva—al menos la mayoría de las veces— y todo lo que vemos (ese recorte que el narrador nos cuenta) está polarizado por la visión (lo que cree, opina, percibe y entiende) de la persona en la cual el personaje se convierte. Quizás, entonces, este uso excesivo de los planos cortos en mis cuentos, esos mundos pequeños—por lo general de dos personajes—que no se sitúan en ningún lugar ni tiempo, que no tienen nombre o edad, recaiga sobre la idea de que, además de volver más sencilla la identificación propia, admiro la mente humana y me obsesionan los mundos chiquitos, los gestos, los detalles (este punto creo haberlo desarrollado en sucesivas entradas). Admiro aquellos que los notan y resaltan, como Cortázar, Mueck o Polansky, esas obras que son de una precisión que roza lo perfecto. 
No es que considere que la imperfección de lo que hago esté a la altura—ya sea técnicamente o por la captación de los detalles—del arte de Julio, Ron o Roman; sin embargo me ayudo a pensar, o re pensar, lo que hago. Por qué asocio lo que escribo a Cortázar y no a Dickens, por qué me moviliza más un retrato que un paisaje, mi amor por el monocromo gris que separa la distracción de la expresión...
Entonces reflexiono e intento trazar una línea del cine que quiero hacer, lo que quiero escribir y las fotos que quiero sacar. Sin poder evitarlo me lleno de hambre del mundo, de su expresión, de su lenguaje, de su arte que es el arma—para construir y destruir, cambiar o resaltar—. Y entonces pienso en un proyecto, pienso en esa gente que me rodea y admiro en lo que hace, busco en mi mente alguna forma de unir todo eso, de que tome color y se vuelva real. De pronto, necesito expresarme. Expresarme con otros, porque recuerdo esa frase absolutamente feliz que uso un profesor en su primera clase: "...eso es el cine, chicos. Una idea tiene el tamaño de una cabeza, pero si nos juntamos con otros esa idea se vuelve cada vez más grande, tan grande como la compartamos."
Tengo la necesidad de proyectar, con alguien, el arte. Ahora necesito encontrar la manera de que esta idea adopte el tamaño de mi cabeza y la de alguien más para que abandone su condición de intangibe y se vuelva enorme y real.


Dije todo lo que tenía para decir por hoy, creo.
A.

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