sábado, 9 de febrero de 2013


Ya no hay cigarrillos en soledad ni soledad suficiente para entender que te extraño. Hay té a falta de compañía y libros a falta de voces. De la tuya, de la de todos. Las cosas pierden el sentido y ya no entiendo ni lo que leo. Rayuela se vuelve borrosa. La tregua me hace llorar. Me entretengo con Cortázar, a pesar de todo, y el protagonista cuenta cómo define a Alana a través de la mirada de Osiris, su gato. Y esa relación misteriosa. Y la precisión de Julio que de una descripción hace una hoja, dos. Una obra de arte. Una fotografía. Una imagen mental certera. 
Me ahogo en café y no te tengo. Me duele el cuerpo, los ojos cansados se cuelgan de la nada que en sus momentos de gloria fue todo. No hay alcohol que me salve y la mente ya se acostumbró a los antidepresivos. Es irónico que pretendieran generar felicidad, no hay forma de alcanzarla. No me resulta posible identificar un sólo momento en el que haya sido feliz; y aún así se empeñan en hacerme tragar las pastillas. Con la soledad, la cama se vuelve más grande. Se agranda con el paso de los días, que son el fiel recordatorio de que no hay con quien compartirlos, ni los días ni la cama. La mía ya es inmensa. Ocupa toda la habitación, así que la llené de almohadas. De noche me encargo de revolver las sábanas así no me siento tan sola. Es triste porque cuando estás acá no te quiero, no te quiero nada. Creo que me duele más el amor propio que el que tengo por vos. Me voy a comprar un gato y lo voy a llamar Osiris. Quizás así seas capaz de escribir un cuento, de explicar cómo el animal me mira. Vos nunca me miraste. Nunca. Llegado el punto, quizás podría perdonarte. Entender tus razones y hacerlas mías, justificarte. Volverme responsable de lo que no soy sólo para confiar en tu inocencia. Mientras tanto la cama sigue creciendo y no hay remedio que  acalle la ansiedad.

2 comentarios:

  1. Me gusto mucho lo que escribiste, me siento así. La soledad es pura impotencia.

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