miércoles, 30 de enero de 2013

—Isat ama a Dolan.
—¿Por qué?—me preguntó, volviendo sus ojos curiosos del televisor a mi cara.
—No sé, simplemente lo ama.
—¿Es bueno?
—Depende a quién le preguntes.
—Te estoy preguntando a vos—me dijo, esbozando una sonrisa curiosa.
—Amo su sentido de la estética. La precisión de la música. La fotografía, los colores...
Mamá estaba sentada en el sillón a rallas anaranjado del living de casa, mirando unos minutos de J'ai tué ma mère (I killed my mother) película que, hacía un tiempo le venía diciendo que tenía que ver. La encontramos por casualidad haciendo zapping, si bien yo la tengo y le dije que me avisara cuando quisiera mirarla. Por alguna razón encuentro algunas similitudes entre la relación que el personaje protagónico (quizás el propio Xavier) mantiene con su madre y la relación que mi mamá tiene con mi abuela.
La observé de refilón asentir cuando Hubert, en un plano corto monocromado en gris, que resalta los rasgos tan particulares de Dolan—¿alguien se detuvo a observar su sonrisa?—, dice algo así como que no puede evitar odiar a la madre y que considera hipócrita a aquel que dice que nunca lo ha hecho, porque lo hizo, durante un minuto, un mes, un año; sólo que simplemente lo ha olvidado.
—Estoy completamente de acuerdo—dijo—. Es más, hasta podría decir que es sano odiar a la madre.
Su relación—que ya no oscila entre el amor y el odio a diferencia de la que se plantea en el film—se volvió más "odio" que amor. Odio no sé si es la palabra. Debería ser indiferencia... Creo que al fin y al cabo nadie es capaz de odiar a su madre, simplemente la deja de querer. Y acá aplaudo a las personas que tienen la facultad de separar el vínculo sanguíneo de cómo se comporta la madre como persona para con uno mismo. Permitámonos dejar de querer a nuestras madres "porque son nuestras madres" y empecemos a quererlas por cómo son con nosotros, por cómo son con la gente, por sus actitudes en la vida... Mamá dejó de querer a la abuela porque no se portó como debía. Y no hay discusión. La abuela se niega a pedir perdón —creo que en el fondo tampoco cree que tiene que pedirlo— y mamá—creo yo— aguarda esa aceptación que en cierto modo ya resignó, pero que es imposible dejar de esperar. Por alguna razón (de mierda) en el fondo todos nosotros seguimos ansiando la aprobación de nuestros padres. Y no debe haber nada más decepcionante que no sepan ni puedan aceptarte como sos. No por eso deberíamos justificarlos. Quizás como Hubert cuando le grita a la madre que preferiría vivir en el desierto sin agua, tal vez como mi mamá cuando decidió abandonar el "resguardo" materno (que ahora nota, nunca la resguardó mucho), acaso como yo el día que a la salida del colegio le dije "no todo lo que me pasa tiene que ver con vos, ¿eh?"; deberíamos ser capaces de clavar el freno de mano, hacer frente y decir: "hasta acá llegué, hasta acá te dejo pasarte pero ya no, porque sos mi viejo/a pero yo soy una persona y aunque te quiera mucho no puedo aguantar toda tu mierda". Podemos ser más o menos sutiles. Pero créanme que es sano hacerles entender a los padres que además de hijos somos seres humanos, que sienten, piensan y funcionan, y no siempre como ellos quisieran. Lo que ellos hagan con ese freno, será cosa de ellos.
—...creo que representa muy bien mi generación—terminé esa frase que había empezado con la enumeración de los atributos que encuentro en las películas de Xavier Dolan.
Quizás mi mamá se quedó pensando que todos nosotros odiamos a nuestras madres. Creo que, a diferencia de su generación (mi mamá ya araña los 40), nosotros aprendimos a no padecer los errores de nuestros padres, sino a tomarlos con gracia, lo más livianamente posible. Por eso Dolan se atreve hacer una película sobre esa madre que no escucha reclamo alguno. Ellas aprendieron qué no querían ser de la otra generación y ahora se ahogan en sus propios vasos de agua intentando ser "la mejor madre posible". Mientras nosotros las miramos, por lo general sentados, y nos reímos, sanamente, de la preocupación que les genera el fracaso. Las queremos. A veces las odiamos por minutos, por horas. Algunas veces les perdonamos los errores, otras veces no. Pero siempre volvemos a quererlas porque un segundo de ese amor incondicional que nos tienen es suficiente.
Yo la quiero a mamá por cómo es y no porque sea mi mamá. Me levanto todos los días y la elijo, la elijo cuando me reta porque mi cuarto es un kilombo, la elijo cuando me alienta a perseguir mis sueños, la elijo cuando se enoja porque no colaboro con las cosas de la casa, cuando me felicita por mis logros; la elijo y la acepto.
El retrato fiel de nuestra generación quedará, en cambio, para Les amours imaginaires" (Heartbeats) con su preocupación por la estética que roza lo desenfadado, el amor por lo vintage, la personificación de los fracasos amorosos en esos personajes sin nombre que le hablan directamente al espectador, la idealización de aquel que no nos quiere, el menosprecio al que sí, el cigarrillo como evasión, el snobismo en el arte... pero eso es algo sobre lo que podemos explayarnos otro día, así como el amor que, parece, desarrollé en poco tiempo por ese chico que en blanco y negro fuma para una cámara que se pasea por su cara con un pulso irregular; por su idioma; y por quien quiera que sea el Director de Fotografía de sus películas.

Hasta luego. 
"A single man", la película que me enamoró del cine, acaba de terminar de cargarse.
El trabajo artístico es tan digno de Tom Ford...
B. Amando el cine más que nunca.

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