jueves, 10 de enero de 2013

Son la 04:08 a.m. Hace aproximadamente veinte minutos saqué del horno una torta de dulce de leche y coco que hice para el desayuno de mañana—hoy, perdón, es que todavía no amaneció y me mareo— de Pato y mamá y para mi abuela y mis primos los cuales decidí que voy a pasar a ver en el transcurso del día. Sí, es un horario bastante peculiar para cocinar. Pero últimamente estoy más despierta a esta hora que durante el día. Sin embargo no era este el próposito con el que yo venía a este lugar tan mío y tan de nadie a la vez.
Hoy volví a terapia. Aplaudan, señores. Por una cosa o por otra, el tiempo fue pasando y llevaba más de un mes sin pasar por el consultorio de Ana. Ana, sí, mi psicóloga. Siempre me produce cierta gracia tocar el timbre: "Hola, ¿Ana?" "Sí, Ana, ya bajo.".
Whatever, creo que de la últimas sesiones que tuve esta fue sin dudas la más productiva. Y surgió a raíz de una conversación que tuve con mi mamá en el auto el día anterior. No sé por qué siempre que charlamos en serio el lugar elegido es el auto. Consciente o inconscientemente, así es. Por cosas que no vienen al caso, terminamos hablando de mi papá, de mi relación con mi papá. Creo que de todas las relaciones que tuve, tengo y tendré esta siempre va a ganar el premio a la más conflictiva. Y no porque nos llevemos mal, sino porque siempre quedan en el medio un montón de cosas flotando que da la sensación de que ambos sabemos pero no se dicen. Mirando por la ventana y con la voz un poco gastada por la angustia, le dije a mamá que me frustraba el echo de que con mi papá, por no decirle las cosas, yo siempre me quedaba "especulando". Y mamá siempre adivina mi llanto. Siempre me mira fijo cuando vamos en el auto y yo escondo la mirada porque sé que si se la devuelvo me pongo peor. No lloro por tristeza, lloro por frustrada. Lloro porque no comprendo por qué después de tanto tiempo me sigue costando sentarme y explicarle a mi papá lo que me pasa sin quebrarme. Mamá me miró y alternando su mano derecha entre mi pierna y la palanca de cambios, me preguntó si quería que los tres nos sentáramos a hablar y obviamente le respondí que no. Sé que en algún momento tengo que hacerlo, y no es cuestión de que mamá siga intentando ayudarme porque ya no tengo ocho, el tema dejó de ser por qué su mujer no puede aceptarme. Entonces, mamá, en ese afán de "solucionar las cosas hablando lo mayormente posible, porque las palabras también sanan y son, a veces, la única forma de "expresarse", me preguntó si tenía idea de por qué me quedaba especulando. Entonces me tomé un tiempo para pensar, para pensar sobre lo mismo en lo que hice hincapié hoy en mi encuentro con Ana. Especular es justificar. Es ahorrar y adelantarse. Porque ahorrarse el tener que escuchar al otro e intentar justificarlo, cuando llegado el punto vamos a terminar creyendo que es esa la verdad absoluta—la que nuestra mente armó para ahorrarnos la situación—, no es nada más y nada menos que un mecanismo de defensa. No es un acto pedante ni mucho menos. A veces, quizás sin darnos cuentas, sabemos o anticipamos que la respuesta que vamos a recibir del otro no es la que nos gustaría escuchar, la que nos haría bien, la que creemos correcta. Por eso el camino más sencillo es responderse uno mismo las preguntas que tiene para el otro; y no lo digo por vaga. Nos ahorramos dolor, al final de eso se trata. Y entonces desembarcamos en ese aspecto de mi personalidad que Franco una vez identificó con mucha puntillosidad, me aterra querer a las personas porque me aterra entregarles el poder de hacerme daño. En cierto modo vendría a ser como un círculo vicioso y con mi papá todo esto queda mucho más al descubierto.
Ojo, no pretendo que justifiquen a nadie. No está bueno. Yo estoy trabajando para poder sentarme y hablar las cosas con él. Justificar es ahorrar dolor, sí; pero también es sacarle la oportunidad al otro de explicarnos el por qué de su accionar, de sus palabras; es mover el alfil como último recurso para salvar a nuestro Rey cuando sabemos que si lo perdemos, probablemente perdamos todo; es perder la oportunidad de desafiar y desafiarnos, llenando la vida de esos riesgos que vale la pena correr. Porque la palabra siempre va a ser uno de ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario