miércoles, 23 de enero de 2013

De besos y tensiones.

Estaba en la pileta, gritando que me ahogaba pero tentada de risa. Él sabía era una broma, por eso no se preocupó en levantar la vista. "Ahora no", gritó tan seriamente que supe que no podía molestarlo. Estaba escribiendo. Sentado en la hamaca paraguaya color ladrillo que hay en la galería de su casa, mordía la punta de un lápiz negro y observaba, con el ceño fruncido, un cuaderno.
Como toda persona que lee mucho, no tiene ni una sola falta de ortografía y sabe expresarse con una precisión destacable. A mí me gusta leer lo que escribe. Es algo que no hace muy seguido, y la mayoría son retazos de papel que guarda en una carpeta color madera o que cuelga en la chapa de su escritorio con unos imanes que papá y yo le regalamos cuando Gustavo dijo que iba a regalarle un escritorio nuevo. A veces son notas en francés, a veces son párrafos en español. A veces es lo que siente; a veces lo que le gustaría pensar. Lo dejé tranquilo y me puse a jugar con su hermana hasta que volvió en sí.
Cometió el error, el gran error, de dejar el cuaderno abierto sobre su cama para que yo arrancara la hoja y me la quedara. Prometo que voy a darle un lugar en su chapa sin que se de cuenta ni bien vuelva a su casa, porque tampoco pretendo quedármelo. Y no creo que le agrade mucho que lo haya leído. Hoy le prestamos el blog a un invitado, que no nos dio su consentimiento para hacer esto. Con ustedes, un viejo conocido:

"Hay un momento previo a besar a alguien por primera vez que es irrepetible. Lo mismo sucede cuando volvemos a besar a una persona a quien no besamos hace tiempo, quizás años.
La tensión. La forma en que los labios se atraen, pero esa cosa que flota entre medio y que una vez consumado el hecho no recuperamos, al menos no con la misma persona. 
[...]
La primera vez que la besé, tenía quince años y hacía tiempo buscaba la manera de explicarle que estaba confundido, que me había enamorado, que ya no quería tenerla lejos, lo que fuera. Buscaba la forma de decirle que algo me pasaba. Hablaba, salía de sus labios uno de esos monólogos eternos que hace cuando algo la apasiona. No me acuerdo que decía, solo pensaba en besarla. Todavía siento cómo la agarro con fuerza y en un movimiento torpe nuestros labios se juntan. Me muerde fuerte la boca, siento el sabor a óxido tan característico de la sangre. 
— ¿Qué hacés, pelotudo?
Ahí van mis ganas de besarla, con la cara de confusión, los labios sangrando, su enojo y la guitarra que cae al suelo. Estaba saliendo con alguien, ya sabía yo. En aquel momento no valía la pena para hacer ese tipo de cosas. 
El segundo beso es ella diciendo muy bajito:
—No te muevas. Quedate quieto acá, que está un poco oscuro. Te voy a besar. Necesito entender qué me pasa—dice segura de sí.
Se acerca tan lento como habla y esta vez ya no hay sangre ni mordidas. Me besa despacio, como hubiera deseado que fuese la primera vez. 
[..]
Ahora quiero volver a besarla. Quiero estar con la mina en la que se convirtió. Quiero cuidarla. Quiero que deje de llorar gracias a mí. Quiero dormir abrazado a su cuerpo. Quiero acariciarle el pelo. Siento de nuevo esa tensión intensa de los primeros tiempos. Cuando está muy cerca, vuelvo a luchar con los impulsos, vuelvo a limitarme por rechazo, vuelvo a sentir ese vacío en el estómago que no es de hambre si no de nervios, nervios infundados porque, sonará engreído, sé cómo responde a cada uno de mis besos. La conozco tanto que aprendí a anticiparme. Cómo si jugásemos al ajedrez y yo supiera de antemano que va a enrocar para proteger su rey cosa que, de hecho, hace siempre que jugamos.
Ahora grita. Le ruega a mi papá que por favor la deje tranquila, mientras él la persigue prometiéndole tirarla al piso y hacerle cosquillas. La arrincona. Le hace fuerza. Se le ríe. Ella ríe. Está nerviosa. Mi papá la tortura. No puede dejar de reírse y entonces se larga a llorar mientras las carcajadas aumentan el volumen. Mi hermana mira de lejos la situación y se ríe.
Quiero besarla, de nuevo, pero disfruto de la tensión de no hacerlo, de como me mira la boca, de como quiere pero no, de lo cerca que está a veces de decirme de nuevo "quedate quieto acá" cuando me agarra la cara, cuando me llena de besos. Quiero agarrarla desprevenida y sacarle una sonrisa de esas auténticas. Ver sus ojos risueños después y acariciarle la cara. 
Qué me pasa. Es mi amiga. La amo. Es mi amiga. Sé cómo respondería a cualquiera de mis besos. Es mi hermana. La besé. Es mi hermana. Se rió a carcajadas cuando le mordí los labios. Es mi hermana. La amo. Es mi hermana. Ahora respira plácidamente en el silencio inmaculado de la habitación. Está durmiendo y quiero volver a besarla. El pelo le tapa la cara. 
Cómo recuperar la tensión. La besé, ya no la tengo. Ya no espero, ya no recuerdo. Ya no hay nada. Sólo el acto de besarla porque ya no me pertenece. 
La tensión, si alguien supiera explicarme por qué la extraño."

Era un poco más largo. 

Ahora tengo que devolverlo con mucha carpa a su lugar. 
Dejen de confundir a la gente con los besos.
Dejen de confundir(me) a los besos.
Dej(á)en de confundir(me).
Estamos llenos de miedo.
B.






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