viernes, 7 de diciembre de 2012

Me di cuenta que no sirvo para escribir si no estoy mal. Bah, escribir puedo. Pero por alguna razón nunca terminan de cerrarme esas palabras que me salen en los momentos en los que la tormenta me da un respiro. Será la contradicción a la que se enfrenta mi vida en general ya que supuestamente busco estar en calma, pero cuando finalmente lo consigo, cuando puedo sentarme en mi cama con un cuaderno y una lapicera (siempre azul), me altera cualquier cosa que pueda llegar a escribir. Y generalmente termina en el tacho. En borradores. En un rincón oscuro de mi computadora.
Hace días que estoy intentando escribir algo. Un par de palabras aunque sea, más allá de que en un principio el objetivo no fue ese. Tengo ganas de escribir una novela, de esas destructivas—por momentos tierna, por momentos absolutamente devastadora—, esa novela que vengo jodiendo hace rato que quiero leer. Como sigo sin encontrarla, me propuse escribirla. Entonces, quizás como cuando años atrás escribí esa novela de treinta y no sé cuántos capítulos que tanto parí, el cursor temblando en la hoja blanca me aterra. Me siento al frente de un camino donde la ruta se bifurca continuamente y tomar la mano equivocada puede ser fatal. Con ustedes, el fracaso. Pero entonces pienso que la novela la escribiría por mí y para mí, ¿no? Quizás la compartiese con el mundo, quizás armase un blog y lo actualizase una vez por semana o cada quince días, pero va a seguiría siendo para mí. O eso quiero creer. Sé que quizás no se note o que parece que lo tengo más digerido, pero la idea de escribir para otros me sigue aterrando. Me aterra porque esto soy yo, porque lo que escribo soy yo, y a veces ese yo es el yo más profundo al que podrían llegar aún conociéndome mucho. Quizás no haya sido clara. No le temo a la opinión que se formen los demás de lo que escribo ni a la que podrían llegar a formarse de mí leyendo; sino al arma que les otorgo exponiendo continuamente lo que siento o pienso. Por eso probablemente cuando recién empecé no me gustaba que la gente que conocía leyera lo que escribía, fue todo un proceso que empezó primero con Bruno y después se fue extendiendo. Ahora cualquier persona puede tener acceso a "mis conjuntos de palabras" si así lo quisiese. Es más, de vez en cuando también se los hago leer a mi mamá—siempre me acuerdo su cara cuando leyó "Esa puta hermosa que es el arte".
Creo que a esta entrada le falta un poco de sustento, pero me siento mal abandonando este rincón tan mío durante mucho tiempo. Además tenía un té de limón humeando entre las manos, necesitaba escribir. 
Quizás vuelva pronto con algo mejor—ojalá sufra para entonces así nos aseguramos que sea "pasable".
Quizás no.
Quizás encuentre la forma de empezar mi novela.
Quizás no.
Por lo pronto voy a seguir leyendo "El amor nos destrozará", que mamá me dejó ayer en la cocina con una nota que decía: "Un pequeño presente como homenaje a un 2012 supremo. Felicitaciones." No sé si tan supremo, pero haciendo un balance fue bastante bueno. Ahora me toca a mí comprarme "Yo confieso". Nada, tengo tanto por leer y tres meses se pasan volando. 
Felices vacaciones.

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