lunes, 20 de agosto de 2012

M y sus trastornos homosexuales

Hoy a la madrugada estaba yo hablando con un muchacho que vamos a llamar M (para mantener su identidad en secreto y porque no le pedí permiso para escribir sobre él). A razón de hablar del interés de las personas en saber cómo éramos antes yo me puse a reflexionar sobre cómo cambié en lo últimos 5 años. Ahora siento que de verdad encontré algo que amo, abrí la cabeza y estoy muy segura de lo que pienso y siento. Y está bien, "cambiar es parte de crecer", le dije. M se interesó especialmente, y ahora veo por qué, en el punto de abrir la cabeza. Le conté, muy por arriba, que mi mamá sale con una mujer hace ya varios años y que, en lo personal, también me enamoré una vez de una. Claramente eso era impensable 5 años atrás y la idea de mi mamá con Pato era mejor callarla, aun cuando todo indicaba que sí.
Entonces M se sintió libre de confesar todo lo que tenía adentro. No tuvo mejor idea que soltar que por eso quería estar con una mina, para que "eso" se vaya. M había cogido con un chabón. M quería algo con una mujer, fuera yo o cualquier otra, para que los sentimientos o los impulsos "desaparecieran", porque, argumentaba, su atracción por los hombres era netamente sexual. Respiré hondo. Conté hasta 5 e intenté calmarme. Abrí grande los ojos por incredulidad y expuse que no hay nada que desaparecer, porque es normal, porque a todos podría pasarnos; la diferencia recae en la posibilidad de reprimirlo (consciente o inconscientemente) o no. Me empezó a contar problemas de su vida que no vienen al caso y que tampoco tienen que ver con sus deslices homosexuales. Y entendí por qué pensaba como pensaba y por qué sentía cómo sentía. Si realmente le pasaron todas las cosas que dice que le pasaron, no haber ido nunca a un psicólogo es el error más grande de su vida. (Y acá déjenme hacer un parentésis para aclarar que yo confío en la psicología y también creo que quien pretende atenderse tiene que creer que lo que está haciendo lo va a ayudar—encontrando el terapeuta indicado, claro. De lo contrario de nada serviría). Ahora retomemos. Le dije a M que tendría que ir al psicólogo. Se lo dije seriamente, pretendí darle un buen consejo, algo que le sirviera. Después le conté sobre mi propia experiencia, que para mí no hay diferencia entre un hombre y una mujer en cuanto a la intensidad del sentimiento (ya sea sexual o emocional), y que las diferencias que hay son propias de amar a dos personas diferentes. Cuando llegó el punto en el que confesó que las mujeres no lo calentaban como los hombres pero que jamás podría tener una relación con un hombre, siquiera besarlo, y que sólo se involucraría sentimentalmente con una mujer, yo ya estaba exasperada. No podía creer que un flaco, que además ya había concretado las cosas, pensara así. En mi mente y con luces de neón titilaba, grande, la palabra prejuicios. Entonces me acordé del detalle de que no estudiaba lo que le apasiona porque sus padres no lo bancaban con esa carrera. Y que, en cambio, estudiaba administración de empresas porque era lo seguro. Debería haberle dejado de hablar cuando contó eso.
Por favor, de vez en cuando siento que soy demasiado sensata.

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