—A veces me siento sola—confesó despacio, muy nerviosa, con las manos transpiradas—. Me siento sola y no hay nadie.
—Me tenés a mí.
—Es diferente, vos no llenás ese tipo de soledad. Ese en el que necesitás alguien que te acaricie el pelo y te dé un abrazo, te invite un café y se quede en silencio, te lea un libro cualquiera y pienses que es el mejor del mundo porque sale de sus labios, te agarre la mano y se te erice la piel. Ya no llenás ese tipo de soledad y no hay nadie. Me siento sola y me ahogo en mi propio abismo; sola, lenta y dolorosamente.
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