lunes, 28 de noviembre de 2011

Retazos de un monólogo.

Cerraste los ojos cuando dijiste que te quería mucho y bajaste la cabeza. Bien sabés que a nosotros, los intentos de escritores, nos fascina contemplar detenidamente cada uno de los gestos de cada persona. Ayuda mucho para los personajes. Uf, los tuyos ya me los sé de memoria. Cuando estás nervioso apretujás las manos; cuando estás enojado te rascás la oreja y bajás el labio, es un gesto raro, no sabría explicártelo. Pero cuando bajás la cabeza es porque estás aceptando algo con resignación y me podría triste saber que te volviste una persona resignada. Eso es de mediocre. No te quiero así.
No, no siempre ando queriendo cambiarte, no mientas. Te acepto como sos, al fin y al cabo es así cómo te conocí. Pero no quiero que nuestra amistad se convierta en esta corriente monótona y aburrida del último tiempo. Éramos felices, ¿te acordás? Y ya sé, ahora me vas a saltar con todo el rollo ese de que crecimos y maduramos, pero en el fondo somos dos pendejos. Porque yo disfruto de ser la nena que sólo puedo ser con vos, de jugar como si fueses mi hermano, de alejar todos los otros problemas por un rato para mirarnos y sentir que sería lo mismo si nos sentáramos a jugar con la pista de carreras. Y sé que en el fondo te sentís así también. Dejemos de crecer, dejemos de llenarnos de responsabilidades, frenemos el carro por un rato y juguemos una carrera a ver quién gana. Revisemos cajones, arruinemos recetas, sonríamos sin pesar que todo  es cada vez más conflictivo. Querámonos como cuando teníamos cinco años, abracémonos como el día que volviste de Estados Unidos y juraste que no te ibas de nuevo. Tomemos Ibupirac a escondidas o vino fingiendo que es Coca. Pongamos cara de asco, tentémonos de la risa. Es así como te quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario