miércoles, 6 de noviembre de 2013

Las lágrimas le tiñen de negro las mejillas. Le tiembla el cuerpo porque llora con angustia, llora por cosas que poco tienen que ver con la situación que desencadenó el llanto, pero le pasa que a veces es muy difícil controlar lo que uno guarda y acumula, eso que un día estalla y que ahora la hace llorar. Se le corre el maquillaje y le tiembla la panza. Nunca la vi llorar con tanta tristeza, tampoco estoy seguro de que alguna vez haya llorado con tanta tristeza. Se acomoda el pelo detrás de la oreja e inclina la cara. Algunas lágrimas se pierden en su cuello y otras mueren en la ropa. Dice que quiere hacer el amor, que quiere poner Chet Faker y hacer el amor, como si eso la ayudara a olvidarse por qué llora. Pero antes necesito guardar la ropa de invierno en esta valija de mierda, agrega. Y sigue llorando; se muerde los labios y se refriega los ojos, manchándose más la cara de negro. Entonces me mira, quizás esperando el abrazo que probablemente debería darle para hacerla sentir mejor.
Dice, como el llanto la deja, que siente que ya no puede con nada, que a veces la ahogo, que necesita aprender a estar sin mí. Que si anoche las cervezas no hubieran estado frías ahora recordaría todo y no tendría que sentirse así. Yo me río, porque es muy cobarde de su parte, o de parte de todos, volver responsable de algo al alcohol, que al final lo único que hace es volver más intenso y menos fácil de ignorar aquello que ya nos venía pasando. Y se lo digo. Ella sonríe, y coincide diciendo que algo conmigo le pasaba antes de empezar a emborracharse.
Me pide si por favor la ayudo a bajar el cierre del vestido azul que lleva puesto, así que se acerca a sentarse de espaldas a mi, baja la cabeza y se queda quieta, con el llanto controlado. El cierre bajo y la espalda llena de lunares. El bajar y el subir del pecho mientras respira profundo y cómo apoya la espalda contra mí mientras dice que cuando me ve se muere por comerme la boca y qué cobarde la vuelvo, como si yo tuviese algún tipo de intención. Le digo que no hace falta que guarde ahora la ropa de invierno, que duerma un poco. Pero no se mueve y pregunta hasta cuándo pienso hacerme el pelotudo con lo que le pasa a ella, que entiende que quizás no es lo que me pase a mí, pero que no aguanta ni la situación ni la incertidumbre y que sino quiero besarla que por favor no vuelva. Y pide por favor. Y agrega que no es por el beso, que espera que yo sepa entender. Y la entiendo, lo digo, te entiendo. Pero no la beso y se muerde los labios, porque no le alcanza con que mis dedos mimen su espalda llena de lunares. No le alcanza, tampoco, con que esté lo suficientemente confundido como para no querer irme y acariciarla, pero tampoco lo suficientemente seguro como para besarla y que eso, para ella, pueda significar más de lo que significa para mí. ¿Por qué pienso tanto? Necesito encender un cigarrillo pero no puedo moverme ahora.
¿Por qué tenés que joderme tanto?, pregunta. Se frustra y me da ternura, porque es una mujer muy fuerte pero dice que se siente vulnerable conmigo o por mí. Que la duda la mata. Que la foto mía en la habitación la obliga a pensar en mí más de lo que quisiera. Que la pregunta es si se distrae para no pensar en mí o si piensa en mí cada que no tiene en que pensar. Y da igual, el punto es que pienso en vos más de lo que quisiera. 

Aunque tiene varias...
Hacer el amor es una expresión de mierda.
Pero coger en un texto suena horrible, ¿no?
Maru sin suerte.
Bruna sin suerte.
Qué sé yo.
B.



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