miércoles, 23 de octubre de 2013

Emma en Francia

Los primeros rayos de sol anaranjados se inmiscuyen por la ventana. Se le eriza la piel y los pelos del brazo. El cuerpo baja y sube al ritmo de su respiración. El pecho, desnudo, se infla y se desinfla varias veces. Él se gira en la cama para mirar al techo, para mantener la vista lejos de su rostro ausente de expresiones, de la marca violácea en el cuello, del camino en el que se perdió anoche y termina en el ombligo de ella que todavía duerme. Emma, ¿que te hice? Sabe con claridad cuántos se admiraron antes de su piel erizada y la cara de nada, del su cuerpo sosegado en la paz que solo las mañanas otorgan. Pierde la mano en el costado de su cintura y ella abre los ojos. ¿Por qué no recuerda más que la profundidad del escote del vestido negro que tenía puesto anoche?
Venía a decirte, borracho, que me gusta cómo ondea tu vestido colorado cuando corrés por la playa; que Francia es hermosa; que hay una foto de tus pecas, de tu pelo, de tus ojos enormes en la playa; que no sé si es Francia, verte tanto todo el tiempo, que quizás ya pensaba en vos cuando estaba en Buenos Aires, pero que me muero por besarte; Emma, quería decirte que vi todos los hombres que salen de tu habitación y que no quiero ser eso; pero me duele la cabeza y se me nublan las ideas y me muero por dormir con vos, Emma, y al otro día traerte el desayuno a la cama, un café y medialunas, una sonrisa y un beso, prestarte mi camisa y un abrazo. No está seguro de haber dicho todo. Faltan recuerdos desde que decidió arrastrarse escaleras arriba, entrar a la habitación sin pedir permiso y gritar que la quiere, que a veces le aterra que sea demasiado libre pero que tampoco quiere atarle las alas.
—¿Podrías, por favor, cerrar los ojos que sino me molesta estar pensando en vos?
Y entonces cree que encendió un cigarrillo y se sentó a fumar en la ventana. Le ofreció uno y él que nunca fuma, pero le insistió tanto con verlo fumar que negarse hubiera sido idiota y en algún cigarrillo de todos los que le dio, decidió que era momento de desabrocharle la camisa.
En Francia es tan ínfima. A veces piensa que va a doblar en una esquina y que, cuando se voltee, ya no va a estar ahí. Como si en serio pudiera perderla para siempre en las callecitas laberínticas de París. Por eso dejó que le desabroche la camisa, que le encienda otro cigarrillo, que recorra su piel como si volver a Buenos Aires pudiese cambiar lo que les pasa. Mañana va a extrañarla.
La mano que dibuja círculos en su pecho lo pone nervioso. Ella no es el tipo de mujer que te acaricia a la mañana siguiente, que te abraza porque se siente sola, que enreda sus piernas a otro cuerpo porque al final todos queremos sentir que alguien nos quiere.
Me gustaría que me enseñaras a tocar la guitarra. Ya sé que nos queda poco tiempo acá, que cuando volvamos quizás todo se derrumbe. Pero quiero que me prometas que vas a enseñarme, que eso se transforme en una excusa para volver a verte, para poder decirte que necesito verte sin tener que confesar que te quiero ver. Y quizás entonces te enseñe cómo se revela en blanco y negro. Piensa, pero no le dice nada de todo eso.
Ruega para que no siga acercando el cuerpo al suyo, porque las ganas de besarla son enormes y los labios ya le rozan el pelo y los oídos. El perfume de flores que lo embriaga. Las manos que se esconden en su cuerpo. Los besos que anoche no se dieron, que no están seguros de darse en Buenos Aires. El sol que entra por la ventana, que todo lo vuelve naranja y cálido. Ella, que no sabe lo que quiere pero dice:
—¿Vas, entonces, a traerme el desayuno?



No sé, nada.
Lo había escrito en primera persona y lo reescribí todo porque quedaba feo.
A veces tengo ciertas sutilezas.
Las playas de Francia.
Necesito dormir un montón de horas.
Y pensar bien.
Y tomar té con miel.
Hasta que pueda escribir algo que sienta que puedo subir acá,
Bruna.

1 comentario:

  1. No se porque la primera vez que lo leí no comente nada. Pero ahora que no se que me paso y estoy releyendo un poco de tu blog, tengo que comentar algo.... no se, algo.
    Tal vez solo un gracias por dejarnos leer lo que escribís.

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