martes, 26 de junio de 2012

Ella estaba ahí, esperando callada. Esperando a que el mundo, ese que tanto había criticado y criticaba, frenara un momento para notar que ella, en desacuerdo, también formaba parte de él.
La espera le pesaba en los hombros, se hacía cada vez más grande, y ella cada vez más pequeña frente a la inmensidad de esa fuerza contra la cual, aprendió con el tiempo, no podía luchar. Y lloró. Lloró frustrada por el tiempo perdido. Estaba cansada de pelear y correr en contra del viento, se había rendido. Y en la rendición, un poco tardía quizá, se había lastimado y caído al piso en un golpe seco. Ya no podía levantarse sola.
Él la vio; la vio luchar y caerse, tal vez fue por eso que se enamoró. Esperó el momento justo para actuar y, sólo cuando la fragilidad atisbó en sus ojos marrones, le tendió la mano. La ayudó a levantarse, le limpió la cara, le besó la frente y le dijo que juntos podían. Juntos podían cambiar el mundo, ese que no paraba.



Alguien que me explique dónde quedaron mis Martes 13.

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